03 agosto 2009

Don Quijote está en el tejado, lo veo tumbada en mi cama, con la persiana levantada y las cortinas a un lado. Mide más de dos metros y tiene unos segmentos asimétricos formando el armazón de su cuerpo. En realidad, no puede ser él, es más bien un robot del que sobresalen unos cables que conectan con mi cabeza. Me absorbe cada pensamiento, pero yo quisiera encontrar una isla desértica en el océano enorme de mi cuerpo para enterrar ahí el baúl que encierra los pensamientos que están llenos de nada. No quiero que esa máquina de esqueleto férreo se vista por dentro de mi vacío y se llene el vacío de su caja torácica con mis pensamientos rebosados de nada. Es de noche, pero todo esto vuelve a ser como una noche que ya pasé hace unos meses, desde el mismo sitio, con el mismo cielo nublado, con la misma sensación de no pertenecer a esta vida, ni a otra. La oscuridad es el aliento tenebroso que me esconde del miedo que tengo a la irrealidad que sé que en cualquier momento irrumpirá desde el tejado aquél de cables, deslizándose delicadamente por la pendiente que me separa de ese arsenal de ficciones. Empieza, lo estoy sintiendo, tiemblo con la certeza de estar pensando mucho más que nunca, estoy imaginando todo lo que escribo, pero de repente me siento mejor que nunca; en estos ratos tan cortos que me brinda la mente, puedo extenderme como una lámina delgada sobre la fina capa de la fantasía que me llevará velozmente hacia donde más quiero, hasta alcanzar el polo opuesto de mi realidad. Un ejército acompaña a esa extraña máquina de dos metros, y sé que me salvará. Pero no sé de qué me salvará, solamente sé que lo hará. Lo hará, y qué más da por qué lo hará. Un ejército formado por soldados que conectan también con mi cabeza, atados como perros a los pies de la inmensa máquina erigida en el tejado. Me salvarán, oh, sí, me salvarán de eso que jamás sabré que es. Se acercan a mí sin moverse siquiera, como arcángeles que tienen en vez de bocas, garras de leones que raspan mis córneas. Y estas empiezan a sangrar arco iris que colorean la noche, y se vuelven mis ojos creadores de la nebulosa que ahora pinta el cielo. Todo se vuelve a mi vista un día cromático, y miro adentro, y encuentro el comienzo del fin, este que será el final de la no mía historia. No entiendo, quisiera que el dedo meñique del pie de aquel mastodonte fuera el interruptor que apague la luz de la noche que fue a convertirse en día por culpa de no sé quién, no sé qué, no sé quiénes, no sé.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

si perteneces a esta vida, y a las demas que vienen y las que pasaste...

Ágape dijo...

Pd: Siento no explayarme más... Ahora mismo me duele mucho muchísimo la cabeza pero no he podido resistirme a la tentación de leerlo. Quizás mañana se me ocurra algo menos onomatopéyico y con más sentido.