19 agosto 2009

Debí haberlo hecho, ahora lo pienso. Debí haberme subido a la mesa quitándome el vestido de mariposas llorando y maldiciendo mi ser por eso mismo, pero con tal de que mis rodillas hubieran mezclado su color pálido con la sugestión de tu mirada y tú hubieras sostenido en tus manos las dos desventuras circulares de mi pecho, me habría dado igual. Soy un caos emocional, ¿acaso alguien alguna vez querrá quererme de esta manera, tal como soy? Me habría encantado arañar como una pantera en celo ese fino tabique de aire que nos separaba y tenerte entre mis piernas durante cinco o más siglos. Te habría dejado que hicieras conmigo lo que hubieses querido, porque por una vez, yo había dejado de ser para mí para ser sólo para ti. Habría lamido a gemidos todas esas palabras que estabas sacando del diccionario de tu experiencia como algo automático, y en su lugar te habría obligado a ser lo que eres más allá de esa textura intocable de supuesto salvador mío. Te confieso que yo quería que me dijeras algo demencial, pero te ajustaste a ese deber de hacer lo que siempre se hace en estos casos, te arrastraste por la tabla aritmética de tus conocimientos para encajarme en una de tus definiciones de manual. ¿Por qué? Yo no quiero ser alguien más, yo quiero serlo todo para ti, y que tú lo seas todo para mí y para nadie más. No puedo concebirte ni tan siquiera como un amor platónico, sino como un deseo enfermizo que flanquea a orillas de mis fantasías que día a día van extendiendo sus límites a territorios absurdos, imposibles. No puedo aceptar que yo te haya edificado por encima de los demás mortales, y tú no hayas conseguido siquiera elevarme a alguien especial, que puedas recordar en cada momento. Aquélla última mañana había bebido demasiada esperanza y me dejé llevar por lo que me decías, por ese cambio en el que me hiciste creer que ahora sé que nunca jamás llegará. He fijado mi obsesión en la diana esférica de tus órbitas, y cada noche cuento las horas que quedan para volver a encontrarme contigo. La última despedida fue el fin, y sé que algún día querré hablarte de Dios, y se me vendrá a la mente tus palabras sobre Sartre, y luego fingiré haber hablado de Dios sólo para que tú me vuelvas a hablar de esas cosas, y como ese día, todo parezca insano y aterrador, y a la vez irrepetible, único. Nunca antes fui tanto como lo fui contigo, nunca antes mi esencia se había agrandado tanto hasta hacerse notar ante ojos ajenos a los míos.

Una vez que todo eso hubo pasado, la sala del área tres de tres dígitos que no recuerdo bien estaba escrita en la biblia demoníaca de mi delirio transitorio. Había demasiado que esculpir ahí, no tuve mucho tiempo porque pronto hube decapitado todas las salidas, y entonces, ¿acaso sabes qué quedó? Tan solo el laberinto inconexo de mi imaginación – estoy segura que la tuya estaba contraída en cualquier otro lugar menos en mis puntos erógenos, no como la mía, que no discernía entre la parte izquierda de tu tórax y la pastilla que había habido sobre mi lengua tan solo cuatro horas antes. Te quise una vez en la sala aquélla de tres dígitos, con ese verano que sorbía la frustración que sudaban mis manos. Y lloré ayer porque pensaba que era hoy, y lloré hoy porque pensé que era mañana, y lloraré mañana porque pensaré que yo ya no existo, si es que alguna vez existí para alguien más que para mí, si es que alguna vez existí incluso para mí.

(No existo/ enésima sinfonía/ en el siguiente compás puedes encontrar un botón que al pulsarlo active mi llanto en sol bemol)

1 comentario:

Ágape dijo...

Cada vez escribes mejor jodía, aunque he de decir que pese a que el texto es genial, me gustaría que la tristeza que remueven estas letras no fuera real.

Un beso.
P.D: Prometo colgar todas mis leyes ^^