06 octubre 2019

mis brazos son dos ríos abiertos
que desembocan en el mar,
donde las gaviotas se alimentan de la carroña 
que mis sueños y órganos son.

nunca imaginé que el cielo supiera tan ácido,
cuando caía parecía que estaba aún viva
pero en realidad mi cuerpo ya era un ataúd de carne estéril
y en la lejanía me esperaba el azul púrpura del mar.

el viento no soplaba en la caída,
las piernas livianas como pollitos de buitre hambrientos,
el estómago no tuvo náuseas
cuando caía en la espiral fluvial de ese azul tan azul
como tus ojos enfermos y lejanos.

mi cuerpo reposará como un nenúfar azufrado 
y nadie guiará los buques de mi sangre
y puede que atraquen al lado de caronte

y entonces también las piernas serán otros ríos abiertos
que se unirán con los otros ríos de mi cuerpo,
también aquéllos que salieron de mis ojos ya resecos
esos que miran en la lejanía buscando el infinito
esos que nunca podrán ver el azul de tus pupilas
porque me habrá consumido mi propia carroña.

me duele el alma, me pesa el cuerpo,
me gusta la caída porque es liviana.
me vuelve a escocer el cerebro
y vuelvo a sentir que una gran guerra se despliega
entre los cráteres inmundos de mi cerebro enfermo
y nuevamente sentiré el impacto de los misiles
que salen de lo más adentro de mi lóbulo frontal
y no habrá paz ni para los buenos ni para los malvados
porque no hay peor guerra que una guerra civil
y en ese fragor sé que no habrá tregua.

pero sigue cayendo el cuerpo,
floto en el mar
y mi ataúd es una ola de cianuro uniforme
yo creo que no hay mayor maldad que una guerra civil
y no hay mayor dolor que llorar todos tus muertos
y toca volver a llorarme los muertos
y tocará volver a recoger los cadáveres sangrantes 
dispersos por las cuevas de mi hipotálamo

soy un río que desemboca en el mar
la dispersión de mis órganos ya no me pesa
a veces pienso que he perdido el control
y un tsunami ahogará pronto este pecho desconsolado

(pero tal vez la culpa ha sido mía,
no debí interrumpir súbitamente el tratamiento).