12 junio 2019

depresión.

la depresión es como un martillo. golpea sin cesar y de repente, la mano criminal para. crees que ha terminado, te pones una gasa para tapar la sangre que cae por tus mejillas y de repente, otra vez el martillo te golpea. no necesito que nadie me entienda, porque en realidad, nadie puede entender lo que es la depresión, al no ser que la padezca. e incluso quien la padezca, comprenderá solo su dolor, no el de los demás. a veces solo quieres que al llorar nadie te pregunte ''¿por qué lloras?'', porque será extraño decir ''porque me duele''. entonces vendrá la pregunta de ''¿qué te duele?'' y dirás, ''me duele la nada, me duele el vacío''. y la cara extrañada del otro te parecerá un paisaje que debería permanecer lejos de ti, al menos en ese momento. muchos tienen herramientas para combatir, yo creo que estoy agotada y bloqueada. suelo escribir un haiku al día y hago una foto de lo que más se puede acercar a cómo me siento: trozos de una zanahoria pelada, una mancha de café en el mueble perfectamente reluciente, un descampado con restos de rocas oxidadas. pero no es como otras veces, no. hace años tenía una vía de escape, que era mi escritura y mi música. ahora me quedo contemplando la nada durante horas y digo ''que las pastillas hagan su efecto''. el bastón son las pastillas, sí, pero me he cansado de caminar cada dos años con ese bastón. no puedo no tomar la medicación porque el vacío me consume. el dolor es un gusano que pudre desde dentro y come cada partícula de tu ser. eso es la depresión. el gusano, el martillo, la nada en tu interior y más allá de tu piel. ¿esperar? ahora hay anestesia, pero hasta la anestesia empieza a cansarme. tal vez ni así logre aplacar la tristeza (¿es tristeza? ¿por qué?). es la nada con forma y la tristeza sin forma, combinadas para crear una amorfa masa que se incrusta en cada poro de mi piel. los días son iguales y me calma ver el río pasar. me alivia pasear y escuchar pájaros. pero algo se detiene: es el reloj de la muerte. nuevamente, me golpea el martillo. ¿y qué culpa tengo yo? dejémonos de culpa: es lo que toca, bañarse en el agua hervida del dolor, que se quite la piel y poder vislumbrar los vasos sanguíneos llenos de restos de pastillas, de un naufragio que ya veía venir, pero no he podido evitar.