05 febrero 2019

hola.
una hormiga serpentea sobre mi lengua. el ácido de batería corroe los pecados y los hace livianos como una bolsa de plástico en un corriente de aire de ciudad. enciendes la pantalla y te matas y te enorgulleces en tu propia muerte: viajas por los canalículos para juntarte en el mismo canal de muerte y bilis donde otros arrojan monedas pensando en una individualidad rígida cual erección mortífera.
por esa muerta ridícula con ictericia corneal, porque nadie ve más allá del gesto mecánico que mata: tecleas y tecleas, deslizas dedo en busca de otra vanidad ya prevenida. tecleas y tecleas, estás en una fiesta, la lluvia te golpea y empiezas a sangrar, pero sigues tecleando: todos teclean una muerte cómica, un acto que sabe a metalurgia.
ahora bien, mi lengua está dormida el veneno se enrosca como un gato en mis capilares. los árboles se podan cada día más, y son las corrientes delirantes de piernas desencajadas y brazos que olvidaron el calor del seno maternal, las que me ahogan con sus tentáculos de pulpos ebrios. a veces las personas alienadas en redes sociales son como cáscaras de plátano olvidadas en la papelera que llenan el aire de un hedor que no logar dilucidar: una vez halladas, se toca un cascarón negro y ya necrosado; en este caso, me alegro de no pertenecer a esa marea con filigranas de poda sináptica.
adiós, la hormiga me ha hablado, en realidad, tengo una orquesta en mi lengua cantando. 
a veces me gustaría ser yo hormiga, vivir en un cerezo y dormir todo el día bajo el sol. tal vez tenga un alien dentro de mí que fabrique hormigas, o tal vez no.