25 diciembre 2016

ya me he hecho mayor.

estoy en mi habitación, en rumanía, donde me siento ajena a todo cuanto me rodea. aquí he nacido, aquí he pasado los 12 primeros años de mi vida, aquí he vivido la única etapa de felicidad plena, mi infancia. pero me siento totalmente ajena, y es un sentimiento hiriente. 
miro de vez en cuando y espero que caiga algún copo de nieve, pero en vano. cuando era pequeña, me levantaba con una enorme ilusión en el día de navidad y todo estaba cubierto de blanco. ya ni nieva aquí, y para mí la navidad no tiene absolutamente ningún sentido. me cuesta entender la ilusión ajena, me cuesta introducirme a mí misma en esta marea de situaciones, porque simplemente, hace muchos años que no formo parte de nada de esto, y hay un sentimiento de desprendimiento brutal, lacerante.
miro por la ventana y el frío me corta las mejillas. a esta hora, prácticamente todo el mundo está dormido. parece ser que aquí se duermen antes, o me he acostumbrado a la vida de españa, y sí, me siento más de allí que de aquí, porque al fin y al cabo, es allí en españa donde tengo mi presente, aunque mis primeros años, mis cimientos, el único periodo en el cual no era consciente de mí misma ni de lo que el mundo es, y los veranos eran hermosamente eternos, está aquí.
no me reconozco en la gente: es de otro modo, creo que la pobreza no sólo embrutece, sino que hace a las personas más malvadas e individualistas. sólo miro con terror esa ucronía en la cual me quedo aquí y no me voy, porque, aunque jamás renegaré de mis raíces, me duele tanto lo que hay alrededor, me siento tan ajena que he entendido por fin que lo único auténtico que me une a mi tierra es mi infancia. cerrar los ojos y oler, rememorar esas mañanas de invierno en las cuales era feliz haciendo muñecos de navidad con mi hermana y mi padre, eso era felicidad, y ahora, lo único que comprendo, lo único real, es cerrar los ojos y rememorar.
a medida que pasan los años, también se van perdiendo los recuerdos, y es una lástima. dos amigas mías siempre me animaban a escribir un libro con anécdotas de mi infancia, porque son historias realmente magníficas. y tristemente, a medida que el tiempo pasa y la mente va siendo reemplazada por otros recuerdos, lo antiguo se va perdiendo.
a medida que escribo, se va apoderando de mí un terrible sentimiento de desnaturalización. siento una tristeza profunda, y mientras escribo, algo corta la superficie de mi piel. sí, los recuerdos se van perdiendo. salgo por la ventana y miro mientras el frío penetra en mis poros, y trato de recordar, y me doy cuenta que este olor es ese olor que viví en el pasado, pero también me doy cuenta de que ya no siento lo mismo que sentí al venir aquí hace dos años y medio, y esa vez tampoco sentí lo mismo que había sentido hace cuatro años, y es verdad, a medida que pasa el tiempo, me voy alejando de lo que un día fui, cuando me levantaba temprano para ir corriendo a ver los regalos de navidad junto a mi hermana, y veíamos chocolatinas, pepsi-cola y muchas mandarinas, y algún peluche de algún animalito. todo eso queda lejano, pero sigue hiriendo de una manera atroz, tal vez, uno de los peores sentimientos que un ser humano puede tener, ese de darse cuenta de lo irremediablemente perdido, ese de verse abocado para siempre a alejarse cada vez más de los años que recuerda con tanto amor, eso de sentir que se ha perdido para siempre lo que más se ha amado.
tengo ganas de llorar: ya me he hecho mayor, pero lejos de mis orígenes, lejos de lo que he sido. creo que parte de mi labilidad emocional se encuentra en que jamás he logrado aceptar que ya no soy una niña. y ahora estoy aquí y me siento ajena, e incluso recordar me cuesta cada vez más.
ya no entiendo la expresión de ''feliz navidad''. hoy he hablado por teléfono con una amiga de mi abuela, y se lo decía, pero sin sentir nada más que una frase. también una amiga mía de aquí de rumanía me lo dijo, pero tampoco sentí nada cuando le contesté con las mismas palabras. nada. es una frase dicha que hay que contestar, porque para mí, todo esto carece de significado.
más allá de que decir ''feliz navidad'' sea un mero acto de cortesía, ni siquiera soy capaz de sentirlo, como quizás lo podría haber sentido hace años, ahora que lo pienso, bastantes años. todo ha perdido el significado, y no hay nada especial en estas fechas para mí: veo luces decorando las calles y gente corriendo en la carrera de la última compra navideña, pero no me siento de ningún modo parte de esto. a medida que los años han ido pasando, se ha ido perdiendo poco a poco ese sentimiento de espíritu navideño, o como se llame. además, también yo soy de otro modo: mis vecinos me trajeron carne, un amigo de mi abuela también, la gente no para de comprar, y yo lo único que veo es ese cerdo que ha sido asesinado para servir de plato navideño, y evidentemente, no degusto absolutamente nada. aunque sí como mis sarmale de soja y champiñones, y soy feliz, pues al cocinarlas, ese olor me iba recordando a parte de mi infancia, cuando afortunadamente tampoco sabía qué era el sufrimiento animal más allá de los gatos que cuidábamos y a los que los niños del barrio quemaban con gasolina, o reventaban sus frágiles cuerpos contra la pared; no sabía qué era el maltrato animal más allá del hombre que tiraba piedras al perro, o el campesino que golpeaba a su caballo hasta que este desfallecía mientras yo lloraba y gritaba a mi padre diciéndole que por favor, le dijera a ese señor que no siguiera golpeando al pobre animal; no, no sabía qué era el maltrato animal masificado y sistematizado, aunque nunca olvidaré cuando los vecinos de la casa de abajo mataron a un cerdo y lo dejaron desangrar, mientras chillaba desesperado y yo gritaba de horror en mi casa asustando a todo el vecindario; no sabía qué era más allá de ese día que el perro de mis vecinos del bajo se escapó y entró en esta misma casa donde vi morir a un cerdo, y el dueño lo pegó hasta dejarlo paralítico, mientras yo desde la ventana gritaba que parase, sin poder hacer nada más, porque tampoco había nadie más para pararlo. la infancia era eso: no saber más allá de lo que se vive, y ay, qué gran inocencia y pureza envolvía todos aquéllos años. ahora todo eso, sólo queda en el recuerdo.
estoy en mi habitación, escribiendo. estoy resfriada, he perdido el sentido del gusto, me escuece la piel que rodea la nariz de tanto sonarme, estoy comiendo cacahuetes mientras bebo vino rosado que escondo bajo la almohada por si a mi abuela le da por levantarse y entrar a preguntar qué hago aún despierta, con ese cariño que sólo una abuela puede tener. estoy pensando en salir a la terraza y comer dulce, pues tengo casi un metro cuadrado de dulces acumulados, de diferentes personas que cuando llega la navidad, tienen por costumbre regalar dulces, como es típico aquí. ahora hay otra vida, el tiempo que estaré aquí, 3 semanas, lo dedicaré a estudiar para los exámenes del máster, y ya no hay esa ilusión que antes había. ahora hay inercia, un despegar de cuanto me rodea. 
la navidad ya no es para mí lo que era, y en realidad, ya no es nada: un día cualquiera.
recuerdo el primer día en el cual se rompió algo para mí inevitablemente: fue en esta misma habitación, donde estoy ahora mismo escribiendo. creo que tenía 10 años. se aproximaba la navidad. mi hermana y yo, no recuerdo por qué, pero creo que ella me había dicho que papá noel no existía y me lo quería demostrar, estábamos buscando los supuestos regalos de nuestros padres. de repente, en un sofá plegable que se hallaba en esta misma habitación donde estoy ahora, encontramos muchos dulces y mandarinas y algún peluche. entonces, se me rompió todo. se me rompió el ser, y sé que algo de mí murió para siempre. tal vez esto nadie lo entienda, pero no me importa. para mí fue un punto significativo entre la ruptura de lo que había significado la infancia, y lo que estaba por empezar: el dolor, el horror de la conciencia del yo y del mundo externo. algo de mí murió para siempre: recuerdo que se lo dijimos a nuestros padres, y ellos dijeron que en realidad, papá noel estaba cargado de regalos y dejó nuestros regalos ahí para facilitar su trabajo. yo sabía en el fondo que eso era mentira, pero me obligué a creer. era la primera vez en mi vida que me obligaba a creer algo que de antemano sabía que era incierto y que por mucho que pensase que era verdad, no lo iba a ser jamás. pero en ese momento, aún creí, dentro de mi inocencia, que iba a cambiar la realidad con mi deseo de que esa realidad cambiase. fue la primera decepción del mundo: aún a día de hoy algo se rompe bajo mi piel al recodar. y ya nada volvió a ser como era antes, y tal vez fue la primera mayor decepción de mi vida.
para mí, la navidad no significa absolutamente nada. ahora mismo, estoy resfriada, estoy mala, escribiendo y vaciando la bolsa de cacahuetes aunque no me saben a nada pues he perdido el sentido del gusto por culpa del resfriado, levantándome de vez en cuando bruscamente para mirar por la ventana, como si realmente esperase algo, dándole un trago al vino de cuando en cuando y con un papel en la mano para secarme los mocos que no paran de caer.

cierro los ojos: me veo mirando el cielo blanco en medio de la oscuridad con los primeros copos del invierno. mi hermana está a mi lado. papá noel prepara sus regalos para nosotras. abro la ventana para dejar caer un copo de nieve encima de mi mano y luego llevármelo a la boca. es tarde y estamos de vacaciones.