23 noviembre 2016

antes los sueños eran otra cosa - podía soñar aunque soñase inconexo, porque la incongruencia era como un beso dulce y al mismo tiempo ácido, reconciliador. ahora soñar es perfilarse en algo menos abrupto, una especie de rectitud estúpida - parece ser que ya no se puede soñar sin soñar conexo, parece ser que se debe ordenar todo porque el pasar de los años obliga a uno a dejar lo inconexo y a vivir en lo ordinario de lo lúcido.
pero,
también es cierto que eso no es del todo así -soñar y despertarse con saliva seca en la comisura de los labios, olfatear el aire puro al entrar en la habitación cerrada que huele a mamífero que fragua en la noche su propio destino, levantarse de la cama y recordar que anoche hiciste lo mismo que la noche anterior y que es probable que esta noche hagas lo mismo,
pero,
por un momento te das cuenta que no te importa, porque el aire puro te devuelve de lo lúcido al sueño, y del sueño a lo ordinario de lo lúcido.
creo que antes podía soñar más, o simplemente, soñaba de otro modo.
ahora escucho los ruidos pre-oníricos como una emisión de radio puntual en esas noches que creo que es una redifusión, y además sin pensar en que el oyente pueda pensar que está siendo abandonado en medio de tanta concatenación verbal, porque el tono de voz parece no inmutarse ante las catástrofes que acontecen ante el radiolocutor: una hoja que rompe una frente, una bombilla que se funde y con ella la única esperanza en medio de la soledad, una vela que quema un recuerdo, un suicidio grotescamente cómico, un llanto que brota de un canal, un estrangulamiento con las propias manos - esas que en los sueños se asoman, una fortuna dilapidada, cualquier contexto para seguir viviendo, cualquier contexto para seguir soñando.

antes los sueños se podían soñar, ahora, simplemente, se acaban soñando.