26 mayo 2012

Epitafio.

Deambulo por las calles sin un rumbo fijo. Estoy mirando a mi alrededor para asegurarme de que me quedaré con todo esto dentro de mí. La gente, esos rostros de alergia primaveral, y yo tan lejos de todo. No soy nadie. Solo yo. ¿Acaso cree el hombre que algún día sera libre? Esta soy yo. Estas son mis manos. Estas mis últimas palabras. Para alcanzar mi libertad, debo sacrificar mi sueño. 

Mi vida se despliega como una hoja de trébol, con las sinuosidades y las sendas que fueron brotando a lo largo de los años, para darme de beber del abrevadero del destino, ese que se teje inherente a mí. Veo todo pasar como una película desgastada, y soy la única espectadora, acá, en una cama postrada, ya moribunda.

He huido de la pobreza en busca de un futuro mejor. He visto a mis padres quemarse las manos para dar pan a sus hijas, he crecido pensando que algún día todo cambiará y la vida se tornará menos dolorosa, sin saber que mi condición era precisamente Esto, el dolor que es mi carne ardiendo ante los ojos de la incomprensión. No puedo quejarme a pesar de esa propensión innata mía a dramatizarlo todo, pues esto es lo que soy. Partícula a partícula, mi ser se ha ido construyendo con todas las experiencias que sólo de ese modo podrían haber sido. Así se construyó mi yo, ese que ahora se está muriendo y pronto estará dentro de una caja de madera. Como cualquier proceso que concluye, siento el calor materno y la caricia de mi tierra al ir entrando lenta y dulcemente en ese dormir eterno.

La soledad perpetua es mi sangre. No puedo negarme, si esta soy: amo con la intensidad de un relámpago que me destruye. Llegaron a mi vida en mi adolescencia, una serie de definiciones patológicas que de algún modo me condicionaron por siempre. Unas enfermedades que están allá, como la oruga que debe ser oruga para poder ser, igual todo eso debe formar parte de mí para ser yo. Como ser íntegro en un proceso constante de maduración, hoy mudaré de piel para aniquilarme irreversiblemente. En busca de esa deseada libertad, me he encontrado con la muerte, aquélla que romperá mis cadenas. 

Mucho me dañaron y mucho dañé. He sangrado hasta desfallecer. Ahora, la luz clarea sobre esta oscuridad terrible, y no me importa morir. Quiero deshacerme de esta eterna carga, esto que soy y que ya sí amo, pero me pide a gritos libertad. Tendré que dejarlo volar, mi corazón ya no me pertenece, allá está en otra esfera, desangrado pero amando hasta que deje de Ser. Nadie ha sabido comprenderme jamás. Creí que no lo necesitaba, pero ahora lo comprendo todo. Quizás me empuje también a la muerte ver que el único hombre al que le entregué mi ser entero, al que le dejé destripar todas mis penas y alegrías, ya está a años luz de entender esto. No me importa. Estoy harta de victimizar. Estoy aburrida de compadecerme de mi misma, por eso debo ser realista y poner fin a esa hemorragia de sufrimiento innecesario. Me he destruido, me han destruido todos, y yo he permitido que me destruyan. En medio de esta incomprensión, me siento libre sabiendo que muero con ese mi Ser intacto, con mi sentir tan puro como el primer día. El llanto me consume. Me duele todo mi ser al escribir esto. No quiero nada más que eternizarme a través de estas letras. Mañana, ellas serán mi memoria.

El ser humano, en su condición absurda de ser lo que es, en su continuo caminar sobre lo mundano, a veces se encuentra conque no está donde debe estar, que las rocas que hay a su paso deben ser aplastadas de algún modo para poder proseguir en su caminar. Me hallo en una emboscada, pero sé que es el final del camino. Tengo un dolor profundo dentro de mí, ese que es mi esencia y que nadie comprenderá jamás, pues es sólo mío. Me han herido la ignorancia e incomprensión ajenas, esa necesidad de etiquetar a las personas y juzgar el sufrimiento desde un prisma óptico totalmente objetivo. Nadie está en mí, nadie tiene derecho a decir que esto no puede matarme, pues este océano de larvas infestadas me están destruyendo, y eso nadie lo ve. Estoy cansada de ese caminar sobre obituarios, recetas que no contienen todos los ingredientes necesarios para ser. Nadie puede comprender esto que me pasa, pues se banaliza el dolor de un modo que me lacera. Ni siquiera ellos, esos psiquiatras que me arrojaron al lado de las definiciones patológicas, que es donde me hallo con mi esencia eterna, pueden comprender esto más allá de una serie de reacciones químicas que se suceden en mi cerebro debido a mi patología. Todas esas cosas me limitan, me quitan también peso a mi alma, intoxican la pureza de ese dolor que ni los fármacos curan. Solo quiero que nadie manche mi dolor, este que es mío, sangre de mi sangre y solo mío, la pureza con su flor de cerezo. ¡Dejadme morir sin juzgarme! 

Esta soy yo. No soy un mero caso clínico, o una justificación de mis propios actos. De algún modo me ha costado sangre aceptar lo que soy, y ahora debo concluir ese proceso. Ya me veo despojada de cualquier cosa. Muchos hombres me quisieron, me hicieron el amor o me follaron, que es ya lo mismo. Muchos quise yo también, con la pasión de un galope que rompe el cemento. Luego llegó mi Amor, ese hombre al que amé y amaré hasta que cierre los ojos por siempre, y mañana al despertar mi cadáver reciba la visita de mi propia sombra para llorar lo que nunca pude llegar a ser. Estoy realmente decepcionada con el mundo, con este cúmulo de moscas que me ensordecen. Yo no estoy en ellos, y siempre lo estoy. No soy ni mejor, ni peor. Solamente soy. 

Me voy con las últimas palabras de mi Amor sobre mis párpados, mezcladas con esas lágrimas desnutridas, ya cansadas también de estar siempre en el mismo lugar. Estoy amando como jamás amé, y reconozco que eso es como una caricia en medio de tantas espinas que se clavan en mi piel. Él es y será por siempre el hombre de mi vida, y ya no me importa amarlo tanto. No me importa nada: mi corazón es ese templo que nadie puede contaminar, voy a dejarlo volar lejos de cualquier impureza, lejos de ese Mundano que como arma homicida se clava en la comprensión de lo que Soy realmente, de lo que Somos en todo ese Amor.

Mis ojos se cierran lentamente mientras mi corazón adquiere una palidez cómica. Moriré con el amor en mí, pensando en ese hombre que me destruyó para volver a construirme y finalmente me empujó a esta mi libertad, que es solo mía. Sé que me ama, allá donde está, y sé que sabe que lo amo también tanto, y que en ese Amor que siempre existirá yo ya no puedo continuar, pues el puñal que hay en mi mano ya se ha enredado a mis músculos.

Estoy cansada, y mis ojos encharcados me piden tregua. Sé que tendré el sueño más dulce que nunca tuve.