07 mayo 2012

El asesino viene manchado de barro tras enterrar el cadáver en el jardín. Descubre a la sirvienta removiendo limonada para disolver bien las pastillas que se va a tragar esta noche, imaginando que es sacarina para endulzar el contenido de su estómago. El asesino se arrepiente de su crimen sintiendo esa lengua y pensando que quizá si hubiera vertido el contenido de la lata en un vaso no se habría cortado al intentar lamer ese acero de manos usadas. Mira a la sirvienta llorar y piensa en su lengua, de repente a través de sus ojos clava la lengua en esa otra lengua - mezcla de saliva enferma, bacterias que recorren las papilas, nada. Entonces se invierten los roles, la veo a ella con la pala y uñas clavadas en barro, haciendo un agujero en su memoria, y el otro succionando de la pajita aún con restos de limón, pues el exprimidor no filtró bien la pulpa, lo veo a él mirando fijamente a la otra cavando su propia tumba. Ahí ya estoy yo, lo sabe, no hay más que perder la cordura y deshumanizarse un poco a través de la carne. Pero el otro muerto anda dando golpes en esa fosa, ya crecen los gusanos, es una lástima haber desaparecido por un golpe craneal, en la bóveda impactó un meteorito de metal y luego el ruido de algo roto, fragmentado. ''Es necesario, debo hacerlo", no entiendo a qué se refería, me daba pena ese pobre, de algún modo le estaba haciendo un favor ofreciéndole mi cabeza para ser partida. Después llegó el arrastre, la bestia me fue empujando mientras me desvestía, y aún a través de mis ojos muertos, viendo con más claridad que nunca, distinguía a la otra cortando los limones con una mueca de computadora virusada, y quería vengarme de mis propias manos. ''Desnudad mi cuerpo, echadle insectos, que me recorran con sus patas esta piel pálida", gritaba yo ya muerta, sabiendo que me escucharían los dos a través de ese complot eterno, de silencio perpetuo - mi lengua andaba lamiendo tierra mojada y lombrices. Finalmente, me deja en un agujero, va echando algo sobre mí, "más, más, quiero más", y la bestia besa a la sirvienta, echando su mano sobre la cadera, ese asesino pretende darme celos seduciendo al Mundo para luego matarlo también, igual que lo hizo conmigo. No importa, ahora estoy nadando entre restos de huesos, me traen flores, riegan mi cruz con llanto, vivo en ese rito que se repite por pura necesidad, y a mí me gusta observarlo. Creo que estoy demasiado tranquila, y cada noche cuento cuentos a esos niños que engendraron asesino y sirvienta, que mataron, y esperamos impaciente que la bestia llegue, o quizás el mundo. Los niños echan de menos a sus padres - no sabemos si quien llegará primero será asesino o su amante, quizás el asesino ahora sea la amante y el amante muerto sea el que fue asesino. Quizás vengan los dos envueltos en una alfombra, y los recibamos con un poco de despecho. "Que lleguen", me digo cada noche, mientras voy chupando trozos de barro. Estoy en paz aquí.