14 mayo 2012

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Estoy muerta. Me mataron antes de matarme yo. ¡Sí! Me mataste. Ya no soy, me arrastro en el día a día como un gusano en un cadáver, miro a los demás y quiero que me disparen, que me pisen, que me aplasten bajo sus pies. ¡Que me escupan! Ya no siento los brazos: el proceso de descomposición es inevitable, irreversible. Está ya aquí. Vomitaré toda la cólera en forma de cápsulas amarillentas mal masticadas y luego dormiré tranquila. El mismo sueño que me trajo a ti y te llevó lejos me besará los párpados mientras el mundo se consuma lentamente a mi alrededor.

Papá. Cógeme en tus brazos, estoy temblando. No te vayas aún: déjame aquí, un rato más, llorar al hombre que amé, que se murió. Déjame irme con él. Aún sigo respirando un poco, porque me devolvéis a la vida aún. Quiero ser una niña de nuevo. Papá, mamá, llevadme a pasear bajo los almendros. 

¡Allá viene! La abuela trayendo la compota de cerezas. Está dulce, una abeja se acerca, la observo y mi mamá me sonríe. ¡Qué hermoso todo! La inocencia se infla en mí: vuelvo a ser una niña. No llores este cuerpo, no más, madre que me diste de mamar, que sacrificaste tu piel por mí, no me llores. ¡No me atéis aún aquí! Vuestro amor me mantiene viva. ¡Dejadme morir! Dejadme morir, quiero morir tranquila junto al Amor. ¡Allá llega la nieve! Me voy con mi hermana a jugar. Veo el trineo que se va solo, se desliza y lo perseguimos cuesta abajo. Mi hermana llega antes. Me río y hacemos un muñeco de nieve. Mira, ese palo, podría ser una buena nariz, le digo. Juego, me revuelvo en la nieve. Soy. Siento el sabor a mi tierra, mi única salvación. Palpo el olor a paz que de lejos me embriaga, me arrastra allá: quiero morir en mi tierra, besar esa hierba que tantas veces me acarició el cabello. 

El llanto me inunda: me pierdo en ese mar. Llevadme lejos, alas, a la tierra que me parió. Quiero que mis perros me laman las heridas. Quiero volver a ser una niña, colgarme de una rama y quedarme con la cabeza abajo, viendo como se escapan mis ideas para jugar con las hormigas. Ya no puedo ser: estoy moribunda, no puedo seguir más. Me muero, padre. Mira este sucio cuerpo, perdóname. Perdóname, madre, porque me diste la vida y dejé que me la arrebataran. ¡Perdóname, sangre de mi sangre, de toda la sangre que fluyó hasta aquí y que ahora se detiene! El dolor me ha matado, llevadme a lo que fui.

Esta palidez me asusta. ¿Quién soy? He llorado mucho. Llevo todo el día llorando. A lo mejor es hora de parar. Me he convertido en una columna vertebral donde cuervos vienen a picotear restos de ilusiones que hoy salieron disparadas como un cohete. Lejos, muy lejos, a girar alrededor de órbitas de un mañana que yo ya siento bajo mis manos, el nuestro. Estoy desnuda. Me siento como un esqueleto. He llorado tanto que ya no queda de mí más que un pellejo. Qué fea me siento. Me veo horrible. ¿En qué me he convertido? Bueno, hay que acomodarse al vacío: hola, vacío, bienvenido de nuevo. Hola, terrible asco, repugnante deseo de morir y cobardía crónica, bienvenidos. 

¡Me muero! Veo en los ojos ajenos un cuerpo estéril. ¡Nadie está en mí! ¡Me arrancaron la vida, me la extirparon con un sable! ¿Cómo puede nadie juzgar si no se ve allá, en todo eso? Siento la muerte lenta, la palpo, vuelvo a mi estado natural. Bendita la noria que tantas veces me desgarró las córneas y me dejó a oscuras en medio de mí misma.

El dolor es ahora mi único compañero. En él me refugiaré, en él arrojaré mi llanto. A su lado doblaré mis rodillas cada noche, para sentir un poco de calor en este infierno que me congela la vida.

Mamá, papá: enterradme bajo el manzano del jardín de la abuela, donde tantas veces planifiqué mi vuelo. ¡Ah! Mi Amor ha muerto, ¡el Amor ha muerto! Dejadme morirme durante unos años, necesito apagarme por un tiempo, vivir ese luto, comerlo y digerirlo para poder Ser, al fin. De aquí a un tiempo, cuando en la memoria se instalen las telarañas, y no haya nada más que un pasado. Donde no habrá ya nada, ni tú, mi amor, ni yo ni nada. Pero ni siquiera entonces el sueño morirá, aunque nosotros ya seamos momias olvidadas bajo lápidas de madera mohosa.

Quiero rumiar mi dolor yo sola, guardarlo en el bolsillo y llevarlo conmigo. Mírame, me has matado cuando te mataste tú, me llevaste contigo a la muerte, a esa dulce muerte. Me mataste y ya soy más fuerte que ayer. Estoy sintiendo ya el éxtasis, se acerca, está a punto de explotar. El apogeo del dolor es ya un antídoto: mi estado natural. Corro sin mirar atrás a mi mundo, donde ya nada podrá perturbar la calma. Voy a buscar la fuente de la libertad, a beber de ella y llenarme de su licor eterno.

No hay nadie ahí, no me importa. Para eso están mis letras: me guardo la bala para otro momento, el tiempo siempre se para. Me muero, padre, madre. Llevadme donde siempre quise, a volver a ser una niña. ¡Cierro los ojos mientras la vida se me escapa! Lo necesito...

Me voy a volar.
¡Adiós!