26 abril 2012

Ej-piña.

Señoras y señores de este bello país llamado España. Ante los cambios del actual gobierno, basados en una política neoliberal que retrocede décadas en derechos humanos, ante la toma de medidas cuyo aparente propósito es la salida de la crisis económica pero cuyo verdadero fin es la aniquilación total de la pseudodemocracia, no he podido hacer otra cosa que engullir mi propia perplejidad y escupir algo de ceniza, pues hasta la misma perplejidad me sabe amarga, y ya de tanto masticar, ha perdido su uso. 

Bien, queridos lectores de cualquier esquina del mundo, supongo que no es ninguna novedad para nadie ya que estamos viviendo una situación desesperante, aprovechada muy bien por los políticos para debilitarnos del todo y conseguir una sumisión completa que les facilite su manipulación masiva. Sí, ¿qué os creíais, que estaban ahí para ayudarnos? Me río de quien se piense eso, a mí me escuece en el alma todas estas medidas tomadas para, supuestamente, ayudar al país a salir del pésimo momento en el que se encuentra. Me hace gracia escuchar a los políticos tan convencidos de que están convenciendo a los demás, pero me horroriza pensar que aún sigue habiendo alguien que se está dejando convencer, que se está tragando toda esa parafernalia y digiriéndola como si fuera algo totalmente normal. Pues ante esta hecatombe que ya nadie puede negar, son los políticos quienes, aprovechando la vulnerabilidad del pueblo ignorante y desesperado, están llevando la sociedad a una hegemonía donde el ganado, es decir, nosotros, nos dejamos someter por ellos, esa nueva estirpe superior. Esto es una vergüenza, una aberración.


Estoy cansada de la demagogia, de ese engaño de distinto polo ideológico, esa basura que cambia según el canal de televisión o la prensa que leas. La manipulación, ese perro fiel de los mercados, los políticos, esos perros fieles del mercado, y nosotros, estos perros sarnosos de aquí abajo, la base de la pirámide de cloaca que hemos creado... todo me come por dentro como un gusano parásito, y día a día un poco más de mí se pierde para siempre en el remolino destructivo de la sociedad.


Tras amputar el sentido común, no me queda otra cosa que recoger la sangre de esta hemorragia de desesperanza, de bostezo eterno, de pereza crónica que se ha depositado en nuestro tuétano y nos controla. ¿Valen de algo las palabras si no hay acción? ¿Vale la acción si no hay un fundamento coherente sobre el cual se sustenten nuestros actos? ¿Cuándo despertaremos? Realmente pensamos que nuestras palabras son misiles que pueden derribar los muros de la ignorancia ajena, pero una acción individual no tiene sentido alguno si no viene precedida de una planificación sensata y coordinada con otra acción individual. Y al fin el mar crece con los pequeños ríos que se juntan y desembocan en el mismo fin que todos buscamos: el progreso social. Pero el mar, no noto mar, sino una charca hedionda encima de la cual revolotean moscas. Podría ingerir esas moscas, quisiera convertirme incluso en hormiguero. Pero es otra la necesidad: el hambre se ampara ahora en lo pragmático, necesitamos un cambio social, una revolución que nada tenga que ver con esos ridículos manifiestos preestablecidos en manuales escritos bajo el prisma egoísta o anti-natural. No, nada que ver con la propaganda de camisetas a diez euros en tiendas hippies, o panfletos imprimidos en papel reciclado para crear una imagen de solidaridad hasta en los medios; nada que ver con contenedores rompiendo cristales, con ideologías masticadas de generación en generación sin llegar a ser siquiera asimiladas, nada que ver con ideas que se estiren y se encojan como gomas elásticas según la necesidad de cada uno, no del bien común. Ya basta de perder el tiempo en soñar con sistemas (a)políticos que son incompatibles con nuestra naturaleza o nuestro momento histórico actual. Necesitamos un cambio, una revolución masiva que se alimente de la razón para crecer, dejando de una vez por todas las utopías, ese lastre que nos encadena más aún a la situación.


Pues yo me niego una y mil veces a dejarme someter. Que me arranquen la carne, que me torturen, que me aten a una cama metálica, que me corten la lengua, que me acusen de terrorista por pensar en la libertad, pero yo no dejaré de moverme para conseguir que el día de mañana tenga mi huerto, con mis gallinas, mi lechuga y mis cerezos sin que nadie me obligue a llorar cada noche desconsoladamente porque no sabré qué dar de comer a mis hijos el día de mañana, porque me sentiré culpable al haber sido partícipe de esta generación y haber permitido que nos arrastren a  la más completa miseria. Me niego una y mil veces a caer en la pereza, a dejarme manipular, me niego detrás de la pantalla de este ordenador, ¿será hipocresía usar tal medio para intentar abrir algo las ideas de algunos? Nada de eso: no puedo destruir el sistema saliendo fuera de él, el sistema se ataca desde dentro. Toda negación a mi verdadera naturaleza sería un punto en mi contra, un ataque hacia el sentido común y, por tanto, hacia el progreso. Está claro que el llamado Estado de Bienestar es solo una definición podrida, una propaganda ideológica, un as en la manga de los partidos políticos. Ya no hay bienestar, ya no hay nada que podamos considerar como nuestro, ni tan siquiera el futuro mismo. ¡Nos han hipotecado el futuro! Me niego, no quiero dejarme a merced de ellos, cual colgajo de carne ignorante. Que me disparen entre los ojos, que me llamen hipócrita por estar siendo parte del sistema ahora mismo al escribir estas palabras y usar este portátil, pero yo no niego mi naturaleza, como esos pobres anti-todo que se basan en rechazar todo cuanto les rodea, empezando por ellos mismos. La comodidad, esa plaga que nos está llevando a la perdición, se puede aprovechar para crear tejidos sanos y fuerte; todo es cuestión de un buen uso, de una gran movilización.

Entre las últimas novedades tomadas por el Gobierno de España, nos encontramos con el acceso denegado a la Sanidad Pública de los llamados ''sin papeles'', sí, todos esos inmigrantes que llegados a España, trabajaron durante años, subieron el país en época de brotes verdes, y ahora, cuando dejan de ser máquinas productivas, se les echa del país. Porque claro, ¿es que no sabías, pobre inmigrante, que tu finalidad es enriquecer este país, y cuando el país ya no te necesite, tienes que largarte a tu tierra porque aquí ya no eres más que un perro viejo inservible, un motor oxidado cuya existencia supone una carga? Así mismo, los inmigrantes que sí tienen papeles pero no cotizan a la Seguridad Social, no tendrán acceso tampoco a la Sanidad Pública. ¡OH DIOS MÍO! Señor presidente, ese es un peligro, me dejarán usted a la merced de mi cabecita, me puede dar un ataque psicótico y atacar la tierra desde una nave espacial. ¿Tendré menos credibilidad por todo esto?

No, señores, no hay alternativa. Basta ya de engañarnos a nosotros mismos, estamos hundidos en la miseria hasta el cuello y nadamos en ella, esperando que lleguen los políticos en sus barcazas a rescatarnos: sí, por ahí llegan, veo que están lanzando ya sus anzuelos, y, nosotros, hambrientos como nunca antes lo estuvimos, abrimos nuestras bocas y caemos como imbéciles. Así nos han engañado desde siempre: unos nos joden y otros nos salvan. La realidad es otra, y es que todos tienen el mismo interés, y es esta puta derecha la que me hace pensar que estamos viviendo una nueva dictadura, pero ¡eh!, se trata de una dictadura molona, guay, moderna, sutil, tecnológicamente avanzada, nos gusta esta dictadura, ¿verdad? De ahí que el mass-media sea el instrumento subyugante mejor usado por los políticos, este mass media de hierba que masticamos y devolvemos a la tierra, la mentira deglutida cada noche conectándose a nuestro cerebro como un enchufe de corriente eléctrica. Aquí estamos, despreciando lo que un día fue nuestro y ya no lo es, algo que quizás de ser tan fundamental se deja de valorar...¡Insensatos somos!


Se me están cayendo los mocos, es verdaderamente incómodo. Voy a parar y me voy a meter en la puta cama. Buenas noches a todos.