06 abril 2012

Mocos.

Hoy me he levantado resfriada. Sé que no tendría que tener trascendencia alguna, excepto porque quiero irme a la playa por dos días, tomar el sol desnuda y sentirme parte de un guión. Bañarme en el mar frío, llenarme de arena el pelo e imaginar que eso es en realidad un nido de serpientes. Sentir la sal en mis labios, recoger conchas y hundir mis pies en arena.

Sacar el sueño a pasear las noches de abril tiene un peligro; se puede encontrar una con otros sueños, que se acaban peleando, mezclándose y en un final no saber quién es quién, qué es qué sueño y qué no lo es. Luego voy a buscarlo de madrugada, y me lo encuentro liado con otro sueño: no hay manera de despegarlo de ahí, y no me queda de otras que coger los dos sueños y meterlos en el bolsillo, y siento como se aplastan uno al otro, en una lucha constante, cuando ninguno de los dos sabe -pobres imbéciles, que cuando terminen de lidiar, ya habré acabado de soñar.

Todo se complica en un mundo de silencio. Los cambios de humor son bruscos como una marea, una ya no sabe qué hacer sino puede culpar a la existencia, a la biología imperturbable, a esa alienación masiva que uno siente en los demás, incluso en uno mismo. Que hay una tristeza necesaria. Había empezado este escrito como más alegre, ¿por qué todo se ha de tornar así? A lo mejor debo cambiar de canción. O esperar a que se cambie sola. No, eso último sería demasiado arriesgado. Demasiado tarde para tomar ninguna decisión: otra canción como martillo me golpea mi ánimo.

Aún espero la ilusión de que un día cualquiera, una explosión masiva termine con nuestro orgullo. Que alguien devuelva la esperanza en todos y cada uno de nosotros. Me duele mi sombra, porque se ha despegado de mí, alejada en esa masa inconfundible. Si la historia es un ciclo, ¿por qué lo estamos cortando, por qué lo estamos convirtiendo en una planicie de retroceso constante?

Que la rabia que siento hoy en mi sangre puede regar cien desiertos. Pero en el proceso de deshumanización, me estoy acomodando. La noria del tiempo es asesina a ratos. Los dedos golpean el teclado por necesidad. Me fumo otro cigarro y me arropo a solas. La pantalla de televisión escupe sangre, monstruos en miniatura trajeados que no paran de hablar, con una sonrisa maquiavélica, recordando que nuestro destino son ellos. Quizás no comprendamos aún que el destino somos nosotros mismos, pero ahí veo a esos hombrecitos salidos de la pantalla, y eso que está apagada, con su verborrea de réplicas absurdas. Me los imagino aplastados bajo mis pies, confundidos con la mierda de cualquier suela del zapato, disueltos como aspirinas efervescentes en los líquidos cefalorraquídeos del gran pulpo que es el mundo.

Tenemos que hacer algo, me lo recuerdo siempre.

Mientras tanto, sigo fumando y componiendo música. Tal vez me haga ilusión imaginarme que algún día alguien se emocionará con mi música y llorará de la risa o se reirá después de demasiado llanto.

Se me están cayendo los mocos. Sí, es un resfriado, definitivamente. Algo de rock and roll, un poco de maquillaje emocional, un viaje poco previsto, mi piel rozando la arena, el mar bañando mis penas y alegrías y todo arreglado.