22 noviembre 2011

Hoy me he puesto el calcetín izquierdo con un agujero a la altura del dedo gordo del pie. Mientras andaba, lo sentía de vez en cuando, como un topo asomándose, queriendo rozar la suave superficie interior de la bota, y en algún momento se me ha ocurrido imaginar que alguien, por cualquier motivo, me obligaría a descalzarme y se reiría de esa apariencia. Ha llovido, y he tenido la necesidad de convertirme en una planta, dejarme regar y esperar a que salga el sol para llorar de alegría. Pero me he tenido que conformar con este aspecto de sombría pieza de ajedrez, y me he dejado las carnes a la intemperie. Aunque he tenido calor, quizás demasiado para estas fechas. Ahora, mientras saboreo este sucedáneo de salmón ahumado, se me ocurre que podría estar recortando periódicos y dar de comer a los peces de plástico trozos de papel amarillento; el acuario se hincha conforme pasan los días, y el otoño hierve formando pequeñas burbujas en el agua. Pero se está bien: es un martes cualquiera.