15 septiembre 2011

Los periódicos vibran con las mismas noticias de siempre. Letras salpicadas de sangre, párrafos que terminan en puntos suspensivos que llevan a un mismo final trágico, las fechas siguen disparándose en mi sien y todo tiene la misma apariencia que ayer. He perdido la piel entre las teclas de un órgano. La música me aplasta el cráneo,y es una sensación maravillosa, sumergirme entre bemoles de otra época. No me importa, mira, no me importa que ese señor fume a mi lado. Si me pidió fuego y casi me ahogo en él cuando hizo un círculo con sus labios, de esos que tanto envidio. Justo cuando esperábamos el semáforo y estaba pensando, viendo a una mujer en el otro lado de la acera, embarazada, qué nombre iba a tener aquél feto, cómo iba a ser su bautizo, de qué color será la camiseta que le regale la tía abuela del hermano mayor de su vecino, y un largo etcétera que no viene a cuento. Porque ahora abres la puerta, y mientras metes la llave se te pasa por la cabeza que la llave podría no encajar en la cerradura y que deberías llamar al cerrajero cuyo número jamás adivinarías porque tiraste las páginas amarillas que ayer había descansando sobre tu felpudo, pero entras, el gato te recibe, enciendes la música, tarareas en francés y te sientes ajeno a ti mismo cuando te ves en el espejo. Hola, te dices, bienvenido, y te vas a ver televisión.