10 abril 2011

Añoro tanto las libélulas de su piel y el tacto de sus manos rodeándome los pechos. Y el estruendo de los relojes cada vez que se marchaba y su ausencia me consumía con imperiosa voracidad. No supe bien lo que era amarle, hasta el día que amaneció entre mis brazos. Recuerdo que había un hilo de luz penetrando en el cuarto acariciándole el hombro desnudo, y al sentirlo ahí, tan cerca de mí, me estremecí. La noche anterior había sido toda un sueño. Corrimos de postales en postales, atravesamos nuestras sombras, nos instalamos el uno en el otro, abriéndonos paso entre lagunas de memoria. Ahora, me duelen los ojos al llorar aquéllo que podía haberle dado, y nunca le di por guardarlo precintado en el baúl del orgullo y miedo. Un día desapareció de mi lado. Sentí como me aplastaba el vacío, como una enorme oquedad se iba extendiendo en mi interior. Me asusté, lloré todos mis años, envejecí cinco o seis milenios, y me detuve en la rabia. Pero luego algo cambió dentro de mí. Lo recuerdo todo tan vivo...

Salí a la calle para disimular mi decepción conmigo misma. Un coche estuvo a punto de atropellarme. Y luego otro. Y luego, el deseo de desnudarme ante el mundo entero me poseyó. Quise quitarme todas las miserias, exprimirme como un cítrico ante la vista de los demás, secarme al sol como una pasa y morir abandonada en alguna esquina. Pero en un momento que no puedo recordar con precisión, un destello de luz inundó mis ojos. Me quedé paralizada por unos instantes, no pude ver nada. Me vi forzada a cerrar los ojos, y al abrirlos, todo había cambiado. Comencé a llorar como nunca antes lo había hecho, lloré al ver todas aquéllas cosas bellas que me rodeaban. Nunca antes había llorado por sentir tanta belleza, y por no poder abarcarla con todo mi ser. Lloré de felicidad y lloré porque estaba llorando, lloré todo lo que no había llorado en tanto tiempo, me enjuagué los ojos en la gente, las calles, los edificios, todo mi futuro y él y nosotros y todos en uno. Entonces fue cuando sentí que necesito darme una oportunidad. Me maté, sentí como me apuñalaba a mí misma, una herida me amputaba por siempre eso que creía invencible desde hacía años. Sentí cómo caía a pedazos en mi interior. Ese apéndice deforme de mi ser que había estado creciendo como un tumor en los últimos años y que había conseguido destruirme, por fin había desaparecido. Fue tan fácil. Bastó con un destello para cambiar mi mundo. Lloré, seguí llorando. Y ahora mismo estoy aún llorando, no he parado de llorar desde el viernes, derramo constantemente algo, supongo que los residuos de ese monstruo que me había estado devorando hasta ahora. Es tan bonito poder querer y dar todo de mí, sin esperar ya nada a cambio.

Ahora pienso en él, y lo recuerdo tan vivamente. Quisiera que estuviera a mi lado para poder decirle lo mucho que me ha cambiado por dentro todo esto, y lo feliz que me siento de que forme parte de mi estúpida existencia.


2 comentarios:

Eu. dijo...

Nu mai e nevoie de cuvinte.
Comentariul meu consta intr-un zambet maaare.
(sper ca am inteles bine: ca iubesti si esti fericita)

Anónimo dijo...

expresas bien con palabras ..pero lo que yo vi el viernes ..dudo mucho que se pueda poner al detalle en un papel. te quiero pequeña. y gracias por darme siempre la fuerza necesaria para mirar lo que tengo delante.