08 marzo 2011

Siento en la cabeza minúsculas libélulas digeridas por el sueño. Van a construir nidos en mi cerebro. Se secarán las ramas, los fósforos que hacen de bisagra se romperán. Necesitaré un insecticida, pero será mejor agujerear la pared, incrustar el cansancio en forma de piedras preciosas, y dejar que se erosionen. Que una marea de asjkdaskdaskddjaks las vaya puliendo lentamente. Llevo noches sin dormir. Dadme opio, azotándome dioses lascivos, desnudadme al borde del fin del mundo. Que me quede ahí colgando de un brazo, como un moribundo a punto de ser devorado por los buitres. Espero dormir al fin hoy. Al cerrar los ojos comenzará el proceso:

La piel se convierte en metal, el cerebro se conecta a una máquina, me inyectan cables por los oídos. Las ruedas aplastan un pájaro terrestre. En alguna parte del mundo los espíritus abandonan sus cuerpos para juntarse y formar chorros de escamas, ejércitos que saquean la ciudad. Triunfará lo absurdo en esta guerra. La consciencia se pudrirá. De aquí en adelante, nada importa. Salvo la nada.

El tejido del Universo cultiva sus células en las palmas de las manos. Necesito descansar un siglo, si no, me volveré loca.

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