03 octubre 2009

Con una terrible fuerza me arrastra mi yo enfermo hacia su interior para que me domine. Quiere que me adhiera a él por siempre, pero yo necesito emanciparme de ese otro yo mío indómito. Aunque sin ese yo salvaje, mi vida no puede llenarse de mi propia sustancia, pues ese yo me complementa a la vez que destruye mi lado humano como nada más. Pero, ¿para qué necesito ser siempre humana, para qué necesito siempre sentir el corazón palpitar como palpitan los corazones ajenos? Y en medio de esa dicotomía, creo haber encontrado una fisura por la cual poder escapar, al menos en aquéllos momentos en los cuales no puedo discernir entre mi yo humano y ese otro yo enfermo que llevo adentro en constante conflicto, y que, al fin y al cabo, forman por igual parte de mí. Entonces me doy cuenta de que la vida me conmueve de forma extraordinaria, y que sufrir de manera tan extrema me ayuda a soportar mejor esta demencial existencia, alargando día a día un suicidio que siento que a cada instante se consume. Y pienso que la muerte es esta vida que padezco, pero que es hermosa a pesar de todo, porque me hace ser en todo el esplendor, y que morir físicamente sería tan sólo una pueril vía de escape que me libraría de estos sufrimientos que en el fondo tan viva me hacen sentir.

2 comentarios:

Plata y Opalos dijo...

El dolor es uno de los mejores estimulantes que se me ocurren y me guta como lo has reflejado tu.
Aprecio ese lado autodestructivo que solo unos pocos poseen.
Hay miles de formas de sentirse viva y a ti te ha tocado, esa de la que se forja el arte con lágrimas de plata.
y es que a veces no hay linea divisoria entre la suerte y la desgracia.
me encantas, ya lo sabes ;)

Anónimo dijo...

me parece que estamos partidas en 3 o 4 partes... no es asi?