15 julio 2009

el egoísmo es el arma de destrucción más letal que tiene el hombre. lo pensaba hoy, mientras iba caminando y me encontré una manada de hormigas que arrastraban cáscaras de pipa, y sentí tanta envidia de ellas, que deseé ser una más. entonces encontré una varita mágica que colgaba de un árbol, y me convertí en hormiga y me parecía ver la humanidad insultantemente grande desde allá abajo, pero a la vez diminuta, como un globo ocular con las venas hinchadas de herrumbre. me dió lástima, pero al mismo tiempo amaba esa humanidad tan miserable, entonces pensé que el egoísmo es lo que nos contamina los corazones haciéndolos parercer más bien calabazas llenas de orugas muertas. por eso quise quedarme para siempre en forma de hormiga, pero luego escuché un chasquido y me sobresalté al tropezar contra un peldaño. mis pies eran mis pies, ya volvía a ser yo nuevamente, por desgracia. llegó el autobús, y la misma escena de siempre volvía a dilatarse detrás de la ventana minutos después. hileras de vehículos enfermos escupiendo esa repugnante sangre por sus esófagos plúmbeos. coches casi vacíos, ay, maldita sea, no entiendo qué tanto les cuesta coger el bendito autobús, prefieren esa especie de privacidad absurda, ese deleite de sentir el voluptuoso contacto entre sus nalgas y el asiento tapizado de pura rutina. no, no quieren utilizar el autobús. tantos todoterreno en los que sólo va una persona y así en la carretera yo ya no veo simples masas de acero con cuatro ruedas, sino cientos de masas de acero con cuatro ruedas conducidas por unos egoístas a los que les importa una reverenda mierda el calentamiento global. por eso yo quisiera que toda la humanidad fuera una manada de hormigas. tan bellos insectos jamás podrían albergar fusiles tan mortales en sus cajas torácicas. me refiero al egoísmo.