09 junio 2009

Sin más

No puedo, de repente, desintegrarme como si nada. Tengo una columna que se levanta desde mi ombligo hasta el cielo, un cordón umbilical pétreo que guarda en su estructura la libertad, como si fuera un túnel de carne olvidada que absorbe del infinito todo aquéllo que tanto anhelo, y lo inyecta a mi sangre, para que fluyan más aún mis estúpidos deseos. Estúpidos, se quedan obsoletos a largo plazo, y a corto plazo son sólo trayectorias que se desvían demasiado de lo realizable, y sólo consiguen rozar esa ridícula superficie de la imaginación. Estúpidos deseos, son meras proyecciones de la fantasía, ¿acaso alguna vez podrán ser algo más que eso? ¿Acaso alguna vez podrán ser algo más que esa epidermis que esconde debajo de su tejido la decepción? Desilusión. Me sabe amarga entre las manos, me duele un poco entre los dedos de pura repetición. Siempre lo mismo, nunca nada cambia, aunque así parezca, más allá de todo esto no hay nada, sino el mismo germen, el mismo punto donde convergen todas las cosas, la misma rutina que va resquebrajando poco a poco el telón de este circo que es la realidad. Un teatro irritante, cargado de monólogos chirriantes, llenos de insufribles silencios. Desesperación. Es un soneto desvaído que corre por mis venas a velocidades vertiginosas, y sólo se detiene para perforar aún un poco más mis glóbulos rojos. ¿Hasta cuándo? No hay guión escrito, siento que me tiemblan los días postreros en el ayer, y el presente queda reducido a una bolsa de hastío, ¿qué puede aguardar el futuro? Futuro. Máquina impredecible de engendrarme en el mañana, pero sin molestarse nunca en urdir bien ese mañana, para que pueda alojarme entre sus senos sin verme rodeada de cárceles sin muros. Pasado, presente y futuro. Me los guardo en el bolsillo y los arrojo al mar. Atemporal, quiero ser completamente atemporal. No sé, me siento extraña ahora mismo, me elevo como si no pesara nada, como si fuera aire que se filtra por los pulmones del mundo entero. Me respira el mundo entero, y el mundo entero cabe en mis pulmones. Inspiro el mundo, me expira el mundo. Me inspira el mundo, expiro al mundo entero, y así siempre nos inversamos, cada cuál odiando sus roles. Detesto esta sensación. De ahora mismo, y digo ahora mismo porque me siento a cada rato diferente, soy un mosaico infinitesimal al fin y al cabo, y nunca más podré volver a tener esta impresión de ahora en otro instante de más allá. Me duele la amígdala izquierda y hay demasiado sueño en esta noche desplomado sobre los hombros de la ciudad; hombros robustos, orondas articulaciones, es este mundo un océano inmenso de debilidad. ¿Y qué soy yo? Una clavícula flotando a la deriva entre sus tempestades. Me vuelve a despertar ese chasquido de siempre, la noche gira con las mismas revoluciones por minuto, avisándome cada cierto tiempo de la muerte de una nueva parte de mí, ese chasquido que me recuerda que ya nunca jamás seré quien fui, y que quizás nunca pueda volver a reconstituir esos pedazos de mí ya muertos. Se rompe la luna y cae desangrada en el alféizar de mi ventana, golpea herida para que le abra, pero no quiero encontrármela por hoy. Ni a la luna, ni al sol, ni a las estrellas, no quiero nada más de este universo, me basta este fragmento de infinidad mío, no necesito nada más. Y qué más da, ya qué más da, todo parece dar igual. Al fin y al cabo, estoy aquí, o ahí, o quizás en ningún lugar.