06 junio 2009

En realidad, acababa de comenzar todo

No puedo precisar el momento exacto cuando empezó todo esto, y tampoco sé como soy capaz de contarlo ahora por aquí, porque me está costando mucho. Pero pienso que quizás así pueda ayudar a alguien que esté pasando por lo mismo que yo. Sí, me da vergüenza. Más que nada, porque la sociedad en sí tiene un concepto un poco distinto de esta enfermedad, es más, muchos ni la consideran como tal - yo misma, antes, veía todo de otra manera, hasta que me tocó vivirlo a mí.

No, no puedo precisarlo, porque es imposible. Pero sí que puedo recordar cómo poco a poco me fui hundiendo en una agonía interior que me estaba carcomiendo, hasta tal punto que llegué a sentirme podrida por dentro, como si ya estuviera muerta. Nada tenía sentido, los días pasaban lentamente, nada parecía cambiar, y todo se estaba convirtiendo en una rutina que me estaba dañando poco a poco, una rutina hiriente que me estaba taladrando los huesos, hasta llegar a perforarme el mismo aliento, las mismísimas entrañas de mi día a día. Mirara donde mirara, las cosas parecían desgastarse a mi alrededor con una monotonía estridente, y una terrible tristeza se estaba apoderando de mí, clavando sus garras en mi cuerpo. Tantas veces pensé en poner fin a todo eso, pero ay, no sé, había algo que aún me mantenía aquí, no tenía ese valor suficiente para terminar con todo. Y de repente, encontré mi alivio, mi destrucción, y todo eso que me hacía evadir por unos instantes de la realidad, haciéndome sentir menos miserable, era a la vez lo que más me destruía.

Pues sí, claro que cuesta. Es por los prejuicios de la gente, por la sociedad con sus malditas formas de imponerse, me cuesta expresarlo. Pero aquí estoy, al fin y al cabo me da igual lo demás, porque tengo la intención de ayudar a alguien que haya pasado por lo mismo que yo, y que sepa que realmente sí se puede salir de todo esto, sí, cuesta, claro que sí, porque día a día, sin darme cuenta, iba destruyéndome más y más, pero una noche, al borde del suicidio, decidí acabar no conmigo, sino con esta maldita enfermedad.

Bulimia nerviosa. Joder, suena tan macabro ahora que lo pongo, me avergüenza, pero a pesar de todo, quiero contarlo, porque realmente quiero demostrar que sí se puede salir de esto, aunque se lleve meses, o incluso años...y aunque parezca que nunca acabará. Bulimia nerviosa no es comer y vomitar. No, se suele confundir a menudo con eso. La gente no conoce mucho de esto, tal vez se tenga esa imagen de las bulímicas, que son niñas caprichosas que después de comer se meten los dedos y vomitan. No. Bulimia es otra cosa, es un infierno, es tener atracones tras atracones, no poder controlarse, comer de manera compulsiva hasta no poder más, comer cantidades enormes de comida, en especial porquerías de alto valor calórico, y luego, sentirse como una auténtica mierda, y necesitar sacar todo eso del estómago. Bulimia es matarse poco a poco, es una autodestrucción lenta, y tan incomprendida por algunos, hasta por mí misma; no comprendo porque pese a ser consciente de esto, me sigo haciendo daño. Sigo sin comprenderlo.


Ciclo atracón-vómito-atracón. Era una constante en mi vida, y la obsesión mórbida por la comida me estaba matando lentamente. A veces me despertaba en mitad de la noche y una terrible congoja empezaba a recorrerme el cuerpo, y sentía cómo la mente empezaba a vibrar y vibrar, tratando de huir del delirio, pero siempre acababa atrapada en esos pensamientos obsesivos. No podía concentrarme, no podía estudiar, y a punto estuve de mandar la carrera al diablo al final del curso, ya nada me importaba. A cada rato pensaba sólo en mí, en este cuerpo que no es el mío, o acaso en mi yo que no está en su cuerpo, o en ambas cosas. Sólo tenía ganas de llorar y llorar, me sentía sucia por cada bocado que entraba en mi estómago, los espejos se retorcían ante mi reflejo, ya todo había perdido su sentido. Cuando ese vacío tan grande me llenaba hasta sentir que sólo tenía vacío en mí, me urgía la necesidad de llenarme de algo, de llenarme para sentirme llena, o acaso viva. Y ahí me rendía ante ese monstruo que había en mí, y devoraba mi propia destrucción rápidamente, no masticaba siquiera, ingería la comida con una fugacidad enorme, dulces, patatas fritas, de todo, metía en mi cuerpo al enemigo, me saciaba de mi enemigo, cantidades tremendas de su materia, pero no podía parar, nunca era capaz de parar, era imposible que parara. Era como una máquina de engullir deprisa, a sólas, sin que nadie me pudiera ver, llena de vergüenza y dolor. Digo era, pero tal vez aún deba poner soy, porque aún esto no ha acabado del todo. Qué se yo, unas cuatro mil calorías por atracón. Aproximadamente. Y así, hasta que, después de todo, la culpa empezaba a adueñarse de mí, y ya no había vuelta atrás. Y ese enemigo debía morir, salir de mí aunque fuera de esa manera tan repugnante, mezclado con el ácido de mi estómago, pero había de salir, siempre ha de salir, para dejarme libre, libre, libre...

Me da vergüenza lo que hago cuando lo hago, lo que hice hace unos días, es una vergüenza que no sé, me hiere bastante, la verdad. ¿Es que no soy capaz de controlarme nunca? ¿Es que nunca aprenderé a tener un autodominio frente a la comida, nunca sabré cómo parar, salir de ese ritual tan lacerante? No. Esto es una enfermedad, no es una cosa de querer, no es mera voluntad. Bueno, hablando en presente, estoy podiendo, estoy en ello. Voy a ser sincera, me gastaba semanalmente entre diez y quince euros en atracones, o sea dulces y otras porquerías que luego acaban en el váter. Soy consciente, estaba tirando el dinero al váter. Pero en ese momento en el que no me podía controlar, no lo veía así, por el contrario, pensaba que la felicidad, el éxtasis era aquéllo, aquélla comida que luchaba en mi boca por aniquilarse cuanto antes entre mis dientes y llenarme hasta no más poder, y luego, tras atiborrarme, sentía una especie de liberación, que poco duraba, porque en seguida se me nublaba la mente con esa sensación de repugnancia hacia mí misma por todo aquéllo que había hecho. Lo sé, lo sé, lo sé todo muy bien, me avergüenzo de ello, todos esos ataques bulímicos me hacen sentir muy mal, pero quiero restregarme en mi vergüenza, por si alguien que lee esto está entrando en este infierno y no lo sabe, y se deja arrastrar a ciegas por sus impulsos, que piense, que piense bien lo que está haciendo, porque eso es como lanzarse a un suicidio paulatino, silencioso. Que piense, y que sobre todo, haga algo.

La comida había monopolizado mi presente, bueno, en realidad, sigue ahí, monopolizándola, pero la obsesión ya no es tan grande, estoy empezando a salir de ello. En cambio, ahí estaba, hace menos de una semana, vivía sólo por esa maldita obsesión...por aquéllo que me mataba. Será que ahora las pastillas están haciendo efecto, las pastillas y las terapias, claro. Me estaba muriendo poco a poco, no podía hacer nada, y cada día, en cada atracón, la misma frase de siempre: ''Esta será la última vez que lo haga''. Y esa última vez, siempre se acaba alargando para pasar a ser la última vez de esa vez, que a su vez era sustituida por otra última vez, y así, sucesivamente, nunca era una última vez de verdad. ¿Hasta cúando? No podía más, créanme, era un verdadero infierno.

Hasta que decidí buscar ayuda. Pedí cita con la médica, y allí me derrumbé. Llevaba demasiado tiempo escondiendo todo eso, fingiéndolo todo ante todos, con esa actitud tan apócrifa ante todo, menos ante mí misma. Aunque no fui capaz de contárselo todo, nada más disfracé todo eso con los ataques de pánico que llevaba teniendo desde hacía unas semanas, bastante fuertes. La ansiedad se hinchaba en mis pensamientos, me hacía temblar, y de repente aquéllos ataques me sobresaltaban en el tren, o en el metro, o en la calle, y me creía morir. Me dió una cita con el psiquiatra. Uf, qué alivio. No sé, albergaba una esperanza en todo eso, era lo úlitmo que me quedaba ya por hacer, mi última esperanza. Contarle al fin a alguien lo que me estaba pasando.

Y llegó, llegó el día. Las diez de la mañana ya. Estaba super nerviosa, esperando a la puerta desde hacía ya quince minutos. Las diez y cinco. Las diez y diez. Por fin la puerta se abre.

-¿Silvia?
-Sí, soy yo.
-Adelante, ya puedes pasar.

Al entrar a aquélla consulta sentí que el corazón se me iba a salir del pecho. Por fin tomé asiento; al lado mío había una enfermera que en toda esa hora no dijo una palabra, y delante, el doctor. En todo momento habló conmigo en un tono familiar, nada formal, lo que me hizo sentir mejor, menos presionada. Empezó por hacerme unas preguntas típicas, la edad, con quién vivo, cosas así.

-¿Pareja?
-No.
-¿Y eso?
-No sé, me cuesta mucho relacionarme con los demás, y además, exijo demasiado de la gente.
-No lo comprendo, ¿a qué te refieres con eso?

Y un largo etcétera, bastante íntimo, que prefiero ahorrármelo. Todo esto siguió por unos diez minutos aproximadamente. Ya no podía más, parecía que poco a poco aquéllo iba a reventar en cualquier momento, me estaba destripando mis adentros con esas preguntas. Cuando por fin me preguntó que cómo me siento, estallé a llorar, y me puse a relatar todo, que no podía más, que la puta comida me estaba destruyendo por dentro, que esa maldita obsesión me estaba impidiendo llevar una vida normal, que quería que me ayudaran, que por favor me ayudaran, que me sentía mal, muy mal con mi cuerpo, con mi vida, con todas esas frustraciones que se habían ido arrastrando desde hacía años.

-¿Y por qué has decidido acudir aquí?
-Porque no podía más, sentía que no iba a poder aguantar más todo esto.

Una hora duró todo eso. Después de tantos meses, al fin me estaba sintiendo comprendida. Me desahogué, aunque a pesar de todo, todas esas tristezas seguían ahí, tal vez demasiado profundas como para poder ser pulidas en sólo sesenta minutos. Como tarea, el psiquiatra me mandó anotar todas las comidas, incluidos los atracones y si eran seguidos de vómitos o no, hasta la próxima vez que nos fuéramos a ver. Cuando salí de la consulta, una imperiosa necesidad de atiborrarme me sobresaltó, creo que necesitaba de alguna manera refugiarme en algo tras aquélla consulta, tras mi vergüenza que había quedado en oídos de una persona tan ajena a mi vida. Con gran rapidez compré lo que pensaba que me iba a llenar, a hacer sentirme bien por unos instantes, salí del supermercado deprisa, y regresé corriendo, sintiendo el ansia que iba a estallar en mi estómago. Llegando a casa, el mismo ritual de siempre, en un corto periodo de tiempo me llené de todas esas porquerías, y luego, la culpa, la vergüenza, volvieron a apoderarse de mí, y el vómito terminó por completar el ciclo de siempre, el mismo ciclo que nunca parecía cerrarse.

A partir de ese día fui anotando cada comida. Cada atracón, no sin cierto repudio hacia todo eso, pues cuando me tocaba escribirlo todo por la noche, acababa empapando el cuaderno con lágrimas cuando tenía que hacer todo ese inventario en días que había tenido algún atracón (o incluso más de uno). Paquetes de galletas, bolsas de patatas fritas, chocolates, cañas de crema, palmeras, de todo, todo eso en un sólo día, en unos sólos minutos. Era horrible, aquélla tarea era horrible. Pero debía hacerla, por mucho que me doliera. No me quedaba de otras.

Y esa maldita depresión, todo tenía que venirme de repente. Depresión, esa sensación de vacío constante, no soy capaz de explicarla, es algo tan personal. Pero no me quejo, ya no me quejo por nada. En la primera consulta, el psiquiatra me recetó fluoxetina, más conocida como Prozac. Me advirtió de antes que iba a tardar al menos un mes en empezar a hacer efecto, y aún a día de hoy sigo sin sentirme bien, pero ya estoy empezando a cambiar un poco en ese aspecto. Poco a poco.

Sí, fue el peor mes de mi vida. Hasta hace unos días, no sé, decidí salir de esto, no quedarme aquí, aún no, no quiero. Volví a ver al psiquiatra. Esto es una terapia que durará lo suyo, como el tratamiento con antidepresivos. Durará unos meses, o quizás unos años, hasta que esto deje de perseguirme, y la bulimia por fin muera, esa maldita enfermedad me deje ya libre...

Le enseñé aquélla lista con todos los días de la semana, en total tres eran las semanas que pasaron hasta que volví a verlo. Tres semanas resumidas en tres folios llenos de palabras que me dolían. Y por qué no decirlo, el psiquiatra se asombraba cuando leía todo aquéllo, pero supongo que habrá conocido a más personas con este tipo de trastornos alimentarios. Me sentía mal, cuando veía que rodeaba esas palabras y les ponía al lado una letra, la A, de atracón, pero era la realidad, me gustara o no, aquél hombre estaba ahí para ayudarme, y él era el único que me podía ayudar. También duró casi una hora aquélla consulta, tras la cual salí mucho más aliviada con todos los consejos que me dió. Es verdaderamente inteligente, le admiro, a él y a todos esos profesionales que se encargan de ayudar a personas con este tipo de problemas. Por eso estoy aquí, para decir que si alguien que lee esto está pasando por eso, que por favor vaya a pedir ayuda, es practicamente imposible salir de esto sóla...

¿Que estoy sóla en esto a nivel personal? Practicamente, pero y qué, al fin y al cabo, todo esto me ayudará a crecer. Como el doctor me dijo en la última sesión, independencia, independencia emocional es lo que necesito. Mi amiga, la única que sabe de esto, me apoya, pero está lejos, aunque aún así, sinceramente no sabría qué hacer si no estuviera ella. Mi padre no quiere ni verme después de saberlo todo, mi madre prefiere mantenerse al margen, al igual que mi hermana, aunque al menos ellas lo comprenden. Sola, prefiero salir de todo esto sola, pero claro, con ayuda de un profesional.

La próxima cita la tengo con una enfermera. Mi médica me puso una dieta, pero yo no la sigo. 1500 calorías diarias, me parece demasiado. No soy capaz, aún es demasiado pronto para creerme recuperada del todo. El día 15 la veré, y sé que volveré a sentirme nuevamente mal, la vergüenza volverá a apoderarse de mí, pero también sé que me sentiré más aliviada, menos sóla en esto. Y al acabar con los exámenes, volveré a ver al psiquiatra. Lo admiro profundamente, me está ayudando muchísimo. Pero lo más importante de esto, es que he decidido salir de ello. Si tú estás en esto, te encuentras tan mal, no dejes de acudir a un especialista. Yo, por mi parte, no quise que el tiempo se me adelantara, y acabara por descuartizarme yo misma mi futuro con todo esto, y decidí pedir ayuda, porque hay más vida más allá de esto, hay más vida más allá de este presente, por mucho que duela, pero más allá, siempre queda aún algo por vivir. Siempre.

Lo peor de todo, es que sé que esto aún esta aquí, pero sé que es un proceso lento que algún día deberá terminar; hay que verlo con cierto optimismo, porque si no, si uno mismo no se mira en sus propios adentros y se sacude durante unos instantes, nada, nada ni nadie puede ayudarlo. Pero ya no quiero tener vergüenza, quiero que esto sea un testimonio más, un episodio más de mi vida, que espero que pronto se acabe.