14 marzo 2009

llegó la primavera muy pronto esta vez. digo pronto porque la comparo con otras pasadas, pero sé que en los próximos años la recordaré como algo que llegó demasiado despacio. entiendo que conforme va uno creciendo también percibe las cosas de manera más veloz, somos inversamente proporcionales a la vida, carecemos de tiempo cuando ya conocemos lo que llevábamos buscando, y sin embargo, los instantes rezuman infinidad cuando uno no es consciente de la fugacidad de los momentos. pero aunque lo comprenda, me resulta un tanto extraño. nada aconteció desde la última vez que escribí aquí, y digo nada porque se suele llamar así a esas cosas sin importancia que nos pasan a diario, es que mis vivencias son puras bagatelas extraídas con sumo cuidado del grasiento cuerpo de la rutina. sí, esta rutina cada día se va haciendo más y más grande, fagocita el pasado, el presente y lo que es peor aún, va despedazando el futuro antes de que yo llegue a asomarme a él, y no me da ninguna oportunidad para vivirlo despegada de ella. por eso, supongo, que desde hace un tiempo lo que me parecía tan desagradable y deprimente se ha convertido en algo nada sorprendente, y eso es lo que realmente me espanta. no hay aventura en mi vida, no hay aventura del vivir. creo que vivir tiene que ser una completa aventura, el día a día tiene que brotar como una lámina de espasmos de nuestros impulsos, pero en mi caso, el día a día es sólo un día a día que se va reproduciendo siempre, variando sólo en algunos matices que, supongo, no importan. yo es que siempre creía que acabaría siendo aquélla chica que al mirarse dentro se encontraría a ella misma llena de todo aquéllo que vivió, pero ahora constato dolorosamente que en verdad yo soy yo, pero al mirarme dentro me encuentro vacía de todo lo que vivo, ya que esto se proyecta constantemente fuera de mí en otros cuerpos ajenos a los míos. es decir, mis vivencias salen de mí, pero no son vividas por nadie, usan otros cuerpos como soporte, ocupan lugares pero sin enraizarse jamás a ellos. antes pensaba que esto ocurre porque prefieren otro resguardo que no sea mi cuerpo, pero ahora me he dado cuenta de que, paradójicamente, soy yo la que me cierro incluso ante mis propias vivencias. no dejo que nada, absolutamente nada traspase la frontera que separa mi interior del exterior, ni siquiera aquéllo que vivo. sólo soy lo que siento. y sé que nadie jamás sintió ni sentirá esto que siento, y es esta unicidad la que hace lo miserable tan bonito, al ser tan extraordinariamente impensable e inigualable. ahora que el reloj marcó las diez de las noches, creo recordar mis obligaciones, este día se alejó demasiado deprisa de mí, no es justo, yo quisiera ser menos efímera, al menos yo, ya que las cosas de por sí jamás dejarán de serlo. siento en mí algo inexplicable, es una experiencia demasiado intrincada, no soy capaz de describirla. estoy viviendo algo que va más allá de todo lo imaginable e inimaginable y soy un pálpito que se desgasta, pero de una manera tan perfecta que hasta parece lo más hermoso que uno puede sentir, el apogeo de la felicidad conseguido sin haber pasado jamás por la felicidad, una extinción tan dulce y gloriosa...no dejo huella alguna de mí. creo salirme por un instante de mis propósitos literarios de esta noche, ¿pero acaso soy yo la culpable de que el tumulto de mi interior perfore con tanto desdén mis palabras? no puedo encerrar mis emociones, me invaden como si fueran tormentas, con tanta fuerza que me devuelven el aliento cuando creo haberlo perdido. ultimamente las noches se multiplican víricamente y todas provienen de una misma noche madre, aquélla que encierra en sí el código genético original de mis desdichas: es un absurdo, pero es. de todos estos sentimientos que me recorren, que no son más que sombras y vacíos, creo ver a lo lejos una rutilante fracción de ilusión que, aunque débilmente, resplandece en esta maraña de penumbras y se desprende de ella para viajar lejos, como un haz de perpetua espera. pero la espera es una simple espera, y sin embargo, es tan letal como la agonía misma. entonces, si he de perecer, prefiero hacerlo sin esperar nada. yo necesito un pretexto para dejar de escribir todo esto y por fortuna los pretextos me salen en seguida al encuentro, ni falta hace que los busque, están por doquier, pretextos para olvidarme, para abandonarme y consentir que me pisen, pretextos para dejarme morir insípidamente, pretextos para agradecerle a nadie su presencia, pretextos para anhelar de forma sobrehumana el aniquilamiento de las cosas al compás del tiempo, pretextos para arrancar de todo lo que amo todo el amor y tirarlo a la vorágine de mi olvido, pretextos para arrojar la soledad a un precipicio y ocupar su sitio, pretextos para estar sintiendo el dolor más grande que jamás pude haber sentido desde que mi memoria puede recordar. he aquí el primer pretexto que con el que me cruzo para acabar esta frase: el cansancio empieza a preponderar ya sobre todas las demás sensaciones...deberé fusilar los últimos ratos que me quedan de este hoy, bajar las cortinas de mis ojos, mezclarme con el humo de la lejanía, levantar proyectos sobre los muros de mi inconsciente, abrir las puertas a la posibilidad, que se despliegue durante el sueño en todo su esplendor. así que iré a propagarme como la lluvia sobre las paredes del universo, viajaré más rápido que la luz y alcanzaré mi propio perdón antes de que llegue a concebirse, me esconderé entre los brazos de las galaxias, huiré allá donde no exista nada, donde no haya ni siquiera nada, y ahí me fragmentaré, al fin, sin que nadie me recuerde.