20 febrero 2009

soy esa cicatriz que hiere el horizonte. allá a lo lejos se enredan las últimas horas del día como gotas de pólvora a mis venas. el dolor no tiene ni peso ni contrapeso, y no hay tiempo sin dolor. me figuro que abandono por un instante todo esto, y en ese instante levanto mi vida entera. a veces me imagino a qué sabrá esa felicidad tan preciada, ese momento tan esperado en el que todas las esquinas del mundo converjan en un único punto que refleje todo aquéllo que está por acontecer, ese instante en el cual todo se reduzca a una mirada, un roce, un suspiro o cualquier otro contacto que entreteja en tu interior un universo nuevo, que te haga volar tan alto que llegues a pensar que en realidad nunca supiste volar, esa chispa que ponga en funcionamiento el mecanismo de tus latidos, que haga que dejes de ver la vida como un intrincado asunto, como un laberinto que sólo conduce a caminos dolorosos y abruptos. a veces me lo imagino todo eso, y me pregunto como estúpida por qué he de imaginármelo sólo y no vivirlo ni haberlo vivido jamás como el mundo de mi alrededor. y quisiera tanto que él lo supiera. él, él, él. me nutro de su letal indiferencia, creo que perdí el juicio, me avergüenzo de tales palabras, no soy yo, o tal vez es que soy yo en demasía, pero no entiendo, yo que siempre anteponía la razón a todo lo demás. y ahora me duelo, no puedo reconocerme ante el espejo de mis propias confidencias, me desilusiono sabiendo que he de sufrir tanto por algo así. él está ahí, pero no aquí. pero yo para él no estoy ni ahí ni aquí. no estoy, a secas. me estoy impresionando de lo absurdos que podemos llegar a ser queriendo. y asisto impasiva a mi decadencia literaria, ¡oh, decadencia! qué hermosa palabra, ojalá fuera decadencia esto, pero para haber decadencia antes ha habido de haber algo, y siento que jamás hubo nada, ni literatura ni nada más que vana palabra. no estoy bien, ciertamente, en ningún aspecto. y qué, todos somos débiles.