soy un planeador sin rumbo que se estremece en las nubes pero ya nada siente. como si el invierno nunca hubiera existido. como si yo nunca hubiera sido invierno. como si me viera empujada por un grotesco impulso a abandonarme hoy del cuerpo, y a observar, pasivamente, como me gasto irremediablemente, como en la sien se me revuelven los días y se derrumban en el ayer, y me arrastran en ese ayer que ya nada tiene de tiempo. en realidad arrastran a ese yo abandonado, yo en cambio me alejo y planeo a amplia distancia de ese yo, mantengo un radio de lejanía equivalente a un infinito al cuadrado y que ninguna ecuación me impida agrandar el infinito y ponerle límites para detenerlo allá donde me detendré en el vuelo. no, esta vez no me detendré, y menos para descansar a la espera de un soplo de aire que me lleve más allá, no hay ningún más allá, ni aire, ni espera ni nada.