17 octubre 2008

está lloviendo

bebo horchata sentada en un banco en frente de un bar donde se está echando por televisión un partido de fútbol. este sabor me trae el viento en el paladar y va arrastrando el sábado de una polea hasta traerlo acá; esta vez no me entusiasma nada. me levanto y dibujo un tres en raya encima del cristal de su ventana amarillenta, llena de humo y gritos vespertinos. cogeré un telégrafo que me lleve lejos, hacia allá, a ese banco rodeado de palomas y migas fragmentadas y esparcidas sobre el suelo de cuadraditos morados y azules. un cemento tan romántico en una tarde tan llena de poesía barroca, sacada con una espátula de los muros de esta ciudad tan despierta, una ciudad que nunca duerme. que me rodeen versos y que me vuelva un pájaro. envío un telegrama al invierno. que esta vez sepa llegar enfermo de luces, sueño y amor para poder sorberlo con una pajita y quedarme con su pulpa de nieve y estrellas polares. que esta vez llegue como nunca, que me arropen sus cascadas de niebla y sus cielos plateados. cojo un periódico de textura dantesca, me recorre un escalofrío desde la yema de los dedos hasta el aliento al tocarlo, jamás sentí tanto pavor, es como si presintiera que algo morirá de mí al abrirlo. lo abro y nada me impresiona ya: matanzas anuales de miles de ballenas en las islas feroe, muertes por desnutrición, corrupción, y más corrupción, un mundo podrido por doquier. no puedo desprenderme de la realidad cada vez que veo algo así. esta vez pienso desprender la realidad de mí. para siempre. se ha puesto a llover nuevamente. no me doy cuenta de que los diecinueve se acercan y que mis dieciochos cada vez se alejan más, trotando a la velocidad de la luz. lo malo es que esto nunca, nunca jamás volverá. tengo un déja vu. y de repente vuelvo a tener diez años.