28 octubre 2013

Hay un chico en el gimnasio que me gusta. Me he dado cuenta hoy, cuando nuestras miradas se han entrecruzado, como en esas películas que nunca pueden acabar bien, en las cuales ella o él se van lejos y en el último momento, en el aeropuerto, alguien pierde una maleta. Yo corría en la cinta y de vez en cuando lo miraba a lo lejos, con su camiseta roja, con esas piernas que ya me hicieron fantasear por un momento. J iba a mi instituto: apuesto a que no recuerda nada de mí de esa época, una pringada de chándal y sin amigos, con un aire punk cutre que arrastraba el cd-player con discos rayados sobre los cuales la tinta del rotulador se corría con el calor del verano. Alguna vez lo miraba, porque me parecía interesante, pero no me gustaba - a mí me parecían interesantes algunos chicos, pero siempre pensaba que son chicos, y peor aún, chicos adolescentes, esa entidad extraña a la que tanto miedo tenía; así, siempre decidía hacerme novia de este o de aquél otro en mi cabeza: en la realidad, no me atrevía siquiera a acercarme a ellos. Supongo que las veces que J me miraría en el instituto eran pura casualidad - azar que seguro que acabaría con la conclusión suya de que yo era una tipa muy rara. Pues el hecho de que me guste me gusta, porque me gusta pero siento que no quiero nada, ni con él, ni con nadie. Quiero decir: amo estar soltera y me siento bien conmigo misma. Me gusta vivir la vida ahora. Hace un par de meses, estaba destrozada, lo reconozco. Pensaba que no saldría de eso. A día de hoy puedo decir que soy feliz, y este día en particular, también: he estado dos horas con la guitarra (después de tanto tiempo sin tocarla, el polvo me asfixió casi por completo); otras dos horas leyendo el realismo de Zola que tanto me inspira; otras dos horas en el gimnasio y chocando mi mirada con J, ¿qué más podría pedir? Puedo decir muchas más cosas: me encuentro bien en la universidad, nunca las cosas han ido tan mejor con mis amigos, he conocido gente extraordinaria, he aprendido a estar sola y disfruto de mi soledad, y un largo etcétera innecesario que me gusta poner porque como me dijo mi terapeuta, también es bueno escribir cuando estoy bien y desahogar mis alegrías, no sólo cuando estoy mal. Estas pequeñas cosas que creía imposibles hace unos meses, ahora están presentes en mi vida, y yo empiezo a estar al fin bien conmigo misma.