04 septiembre 2013

Me voy...

Estoy sentada en la terraza. Es la última noche que pasaré entera aquí, en Rumanía. Mañana será la última mañana en la cual despertaré en mi cama, abriré los ojos y viviré todo lo que aquí vivo a diario. Estoy triste, como es normal, pero al mismo tiempo, siento que algo ha cambiado en mí, que aquí nacieron sueños que antes no se atrevían a salir de una mera suposición. Alguien me dijo una vez que no es el sitio el que te hace cambiar, sino tú mismo, y tenía razón. No puedo decir que haya cambiado por estar aquí, ni siquiera puedo decir que ''haya cambiado'', porque todo ser humano está en continuo cambio y esa es una constante en la existencia humana. Pero sí puedo decir que ahora siento que he aprendido a querer, a respetar, a perdonar y a dejar el rencor atrás, y que por lo tanto, he aprendido a quererme, a respetarme, a perdonarme y a dejar el rencor hacia mí misma atrás. Es verdad que si uno no se quiere a sí mismo, no puede querer a los demás, y viceversa. Pero no estoy aquí para hablar de ningún cambio, o de comparar el espejo frente al que me sitúo hoy con el que tenía ante mis manos meses atrás. No puedo juzgar sino por el tiempo y por las acciones que vea en mí misma, pero toda acción es fruto de una idea, y por mucho que me esforzara antes en ser de un modo, no era sino un constante suplicio, pues me obligaba a ser lo que no estaba en mi naturaleza dado que no estaba en mí la idea, la raíz de toda acción. ¿Cómo puede un hombre hacerse a sí mismo a base de imposiciones, ya sean externas o internas, cómo puede alguien vivir y sentir que vive la vida desde el prisma de un ciego que constantemente se coloca lupas y sigue viendo la realidad como no desearía verla? Indagando en mi interior, desnudándome y poniéndome a la intemperie del gélido dolor, he llorado hasta convertirme en un témpano, he pasado con mis pies sobre la frialdad de la soledad en las noches de insomnio; he tocado el cielo con las manos llenas de desesperación, rogando a los dioses una calma que no estaba en ninguna parte sino en mí; he querido matarme porque no sabía dónde buscar lo que estaba buscando, y ni siquiera sabía lo que estaba buscando. Como si fuese un paso inevitable pero necesario, he juzgado todas las veces que creía ''cambiar'' y la necesidad de mostrar ese cambio a los demás, que, por lo tanto, significaba una imposición más, ajena a mi naturaleza. Aprendiendo a escucharme a mí misma, he aprendido a escuchar el río, los ladridos de los perros, las personas, el viento en la noche y el rocío de las mañanas. No he podido encontrar en nada el alivio hasta que lo he encontrado en mí. Y entonces, cuando me encontré con ese pequeño rincón de quietud en mi interior y ese algo más que pertenece a una parte tan íntima de mí que aunque quisiese no sabría explicar, cuando hube asido con mis manos la realidad tal como ella estaba, con el dolor constante, con la pérfida imagen de los hombres llorando hacia fuera sus penas y sangrando sobre los demás para así cubrir la sangre que los demás derraman sobre ellos; cuando supe abrir los ojos y llorar hasta quedarme sin lágrimas, pero sin llorar después por quedarme sin lágrimas, sino maravillándome de lo que la vida es, de lo que bruscamente las circunstancias pueden hacer de ti un muñeco deshecho sin más amparo que su propia compasión...Cuando supe mirar sin pensar que sé mirar al fin, sin la soberbia del que cree conocer al fin y se lamenta no haberlo visto antes, sin la arrogancia que antes tenía ante mis ojos al creer ver la verdad tal significaba para mí...cuando supe, al fin, vivirme del todo, fui capaz de comenzar, poco a poco, en un proceso en el cual vivo, a perdonar, y perdonando, empezando por mí, empecé a querer. 

El hombre en su corrupción moral, con todas esas capas que lo tapan que no son más que debilidades humanas, necesidades de esconder su fuero interno, ese hombre despiadado y a la vez tan desamparado, es digno de ser perdonado, hasta el mismo odio inevitable hacia los hombres acaba siendo perdonado, incluso ese amor de filantropía ciega que a muchos caracterizan y del cual me burlaba antes, incluso ese, lo perdono. No, no he encontrado ningún camino, no soy nada de lo que no fui antes, sigo siendo yo pero me veo tal como soy, sin la máscara de una enfermedad ciega, sin la autocompasión de una niña arrojada a los brazos caníbales del mundo adulto. No hace falta decir lo que entiendo ahora de las cosas, porque en el fondo, sigo sin comprender nada, y supongo que moriré sin comprender la mayoría de las cosas. No doy más importancia al significado de las cosas más allá de lo que en sí mismas encierran en su simplicidad; cada acto, cada pensamiento, no es sino el reflejo del mundo interno de cada uno, y cada uno es lo que es. Que amen y odien así como piensen. No me importa. 

La noche en Rumanía es mágica, y este momento también lo es. Miro delante y veo el barrio en el cual crecí. Estoy oliendo mi tierra, ya huele a otoño. ¿Se da uno cuenta de lo que es revivir a través de los olores, perfilar toda su vida en una sola inspiración? Es mágico este momento, así como el sentimiento que tengo hacia todo, en general, esta noche. No vivo de la ilusión de haber cambiado o encontrado mi camino, aunque supongo que en algún momento así lo sentiré, como todo ser humano, porque en el fondo, poco me distingue de los demás, con nuestras percepciones acerca de las necesidades que habitan en cada uno de nosotros de un modo diferente, aunque manifestándose igual. Sí, supongo que en algún momento creeré que este olor a pasado, este olor a gloria, a mi infancia, a la pureza, es una puerta hacia otro modo de ser, hacia otro yo, pero ahora mismo, no pienso ni quisiera pensar eso. Dejaré que las cosas se sucedan tal como son. Que la vida siga doliendo, porque tiene que doler, aunque haya días en los que me sienta feliz, porque el cielo tiene pocas nubes y estoy escuchando una canción alegre, y aunque otros días llore porque eche de menos a alguien. Esto así es y tiene que ser, el devenir no está en mí y lo acepto. Ya no lo persigo, sino que me despido de él y lo veo cómo se aleja, trazando su trayectoria paralelamente a mí y a los demás pero al mismo tiempo unida junto a nosotros a través de alguna corriente por la cual todos nos dejamos navegar un poquito de nosotros. 

Sé que esta felicidad de ahora es efímera, pero no me preocupa. Es maravillosa la sensación que tengo, mi barrio delante de mi mirada, mis pies con chanclas ya helados porque el otoño ha venido de golpe y por las noches es cuando más lo siente uno; me siento bien, me siento feliz, y eso es todo.