01 agosto 2013

Sentada en la terraza en la noche, veo mi barrio iluminado por algunos faros; la gente duerme, y sólo escucho el ladrar de los perros en la lejanía. Me siento feliz, y pienso que poco a poco comienzo a querer la vida como si fuese un cuento, que es lo que es. La soledad ya no me asusta, por el contrario, me produce un sentimiento de alegría que desconocía en mí hasta ahora. No sé lo que será de mí mañana, si los sueños que estas últimas semanas crecerán en mí u otros crecerán sobre ellos o junto a ellos, pero no me preocupo por ello, pues siento alegría al vivir estos sueños en el presente, sin tener la necesidad de proyectarme en lo incierto del tiempo. Sentiré pena cuando deje Rumanía, pero al marcharme pensaré en lo mucho que me está cambiando y en la suerte que tuve al encontrar, cuando ya no me quedaba nada, ese rincón que había en mí en el cual puedo estar en paz.