27 julio 2013

Siento que ya no espero nada de la vida, ni siquiera espero no volver a esperar nada de ella, y eso me calma. Sentada en mi terraza huelo el olor de mi tierra, escucho el ladrar de los perros, y veo ante mí un tiempo incierto desdibujándose con imprecisión. Y eso me hace sentir serena, porque de algún modo la presencia del tiempo de ese modo tan doloroso en mí hasta ahora también me impedía avanzar. En esta noche, solo tengo ganas de dormir con este pensamiento que es el cúmulo de este olor a mi vida, este ladrar de perros y esta visión del tiempo. Me espera en mi cama mi lectura, que me hará compañía hasta que el sueño me obligue a apagar la luz.