01 diciembre 2010

el otro día el señor p me llamó musa de la autodestrucción y del sufrimiento autoinfligido. no supe si llorar o reír en ese momento, y tan sólo conseguí hacer una mueca de aprobación. lo soy, pensé, y amo serlo y autocompadecerme cada vez que me da por mirarme al espejo. en ese momento las paredes me apretaron tanto, que pensé que me asfixiaría y me moriría de esa manera ridícula: me harían la autopsia y encontraría mi pie derecho con un calcetín agujereado en el dedo gordo asomándose por ahí, y se reiría de mí el médico forense, y con el bisturí en la mano pensaría que es mejor afeitarse antes que despiezar a una ridícula como yo. miré al señor p sonriendo, pero a la vez tuve ganas de subirme a su mueble y tirarle todos los libros e ir arrancando página por página y masticarlo entre mis dientes y luego escupirle en la cara. ''toma, perro, tu estúpida teoría'', le habría dicho, pero luego empaticé por un momento, y deseé que fuera él quien me dijera ''toma tus disparates, maldita perra chiflada, y lárgate de aquí''.

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