de repente me creció una nueva cabeza. me volví bicéfala. comencé a marearme mucho. mis ojos se independizaron de sus órbitas. una extraña fuerza empezó a hacer papiroflexia con mi cuerpo. me sentí zarandeada por alguien. estaba sola. creo que me estaba zarandeando yo misma, pero no me daba cuenta de ello, como reacción a mi propia dicotomía. me metí en una caja de medicamentos, y me deslicé lentamente entre los comprimidos que quedaban envueltos en plástico. quise ser esa pequeña pastilla blanca que acabaría derretida bajo mi propia lengua. otra vez me separé de mi cuerpo y empecé a vagar por la niebla, rodeada de fantasmas que se iban solapando a mi sombra. me encontré a mi otro yo cortándose la cabeza con un hacha. lo ayudé. se despegó de mí, y sin cicatriz alguna. todos los dolores de mi otro yo se coagularon en un mismo punto y después me inundaron como una marea. pensaba que había escapado de un peso, pero ahora tengo que cargar también con el dolor de ese otro yo, que en realidad, no deja de ser una ramificación demente que se tuerce en el límite entre mi mundo y lo real. justamente yo tengo que ser el cúmulo de dolores de todos mis otros yo. me metí en la boca la pastilla. sentí la acidez de una saliva ajena, pero que en realidad era mía. y desaparecí sin más. no tiene importancia. no entiendo por qué tengo que tener que monologar conmigo misma. a lo mejor estoy loca. o porque es noviembre, y hay necesidad y frío y se me hielan las palabras.

hola yo, soy yo, el otro yo.
hola yo, yo no estoy, estás contigo a solas y sin ti.
yo no te necesito a ti, yo, yo estoy bien sin mí.
y yo sin mí y sin ti. lo mismo da.

quizás deba evaporarme también junto a las otros yos.

quizás esté loca de verdad.