12 octubre 2010

Que sí.

Sí mamá. Tienes razón. Soy una vaca que zampa sin parar. Estoy contigo. Estoy empezando a notar pliegues en mi tripa, como una serpiente enrollándose en círculos y creciendo más y más. Como si comiera hipopótamos. Te doy la razón. Efectivamente, estoy gorda. Tengo anacondas en mi ombligo, mira que son grasientas, y con sus escamas raspan el contacto visual de cualquiera. Me voy a arrancar las vísceras. Estoy fingiendo estar mal, y mientras escribo estoy, me estoy terminando el tarro de crema de chocolate con pan, y las migas se van cayendo de mi mano izquierda y se pierden en el teclado, como semillas de una destrucción masiva, pero sutil. Mierda, se me clavan las letras en las yemas de los dedos. Eso es que estoy alimentando muy malamente esta composición, diría más bien que está del todo desnutrida. Pues bien, alimentaré todos mis escritos más y más. Que sean tan gordos como yo, que se estrujen las chichas como si se fueran a escurrir todos esos putos adipocitos, que no quepan más en sí de lo horriblemente gordos que son. Como yo. Ojalá fuera invisible. Esto nadie lo puede comprender. Nadie.