11 octubre 2010

No tiene sentido.

Pienso en transparente. Mis ideas supuran. Puede ser que realmente sea incapaz de darme cuenta de que tengo miedo de haber alcanzado mi máxima capacidad de ser. Ahora desciendo hacia lo mediocre. Me estoy desplomando. Voy a fumar. Rutina. Quiero que haga mucho frío. Quiero invierno. Me voy a tocar. Nuevamente rutina. Cómics porno de los noventa. Qué tetas más grandes, joder. Parecen ubres que cuelgan a punto de caerse en mi boca. Al menos así sentiré un poco de calor, aunque sea de papel amarillento, frío, raspado. Lo calentaré con mis manos. Me convertiré en esa heroína erótica que estoy mirando de reojo. Porque soy incapaz de concentrarme. Mis ojos caen de las órbitas, se deslizan como reptiles viscosas por mis mejillas, y miro sin mirar, no tengo más que torpes retinas en busca de alguna percha a la cual colgarse. Quizás acabe casándome, resignada, y tenga hijos, y mi culo engorde veinte kilos, y no pueda dejar de ver el Sálvame Deluxe, y cocine sopa y tenga que echarle tantas especias para poder sentir algo de amargura sobre mi lengua, porque habré sustituido toda mi creatividad por un absurdo compás que dibujará circunferencias sádicas en mis huesos. ¿Y qué será de mí? Bah, que al menos el tío con quien me case sea un magnate del petróleo, y se arruine cuando las energías renovables triunfen, y me arrastre a mí también a la ruina, y me tenga que quedar en una barraca de feria enseñando mi culo gordo como atracción para ganarme el pan. No quiero ningún futuro. Ni este, ni otro.