12 septiembre 2010

B.

De repente me acuerdo de ti, B. Tu sentimiento de posesión hacia mí hace que me imagine una vida llena de mediocridad junto a ti. Así que prefiero estar sóla, por mucho que me guste que me agarres del pelo mientras me follas o que me empujes en la cama con un egoísmo que me despelleja las rodillas y me hace sentir náufraga dentro de mi propio instinto animal. Tengo debajo de mi colchón una colección plástica de dinosaurios con los que simulo cada noche la extinción mesozoica con tu recuerdo impactando cual asteroide sobre mi entrepierna. Tu estación pasó, y ahora anhelo con tanta efervescencia quedarme enterrada en tu memoria, hasta el próximo verano en el que volvamos a desnudarnos bajo el humo de la frialdad emocional, y el calor de lo animal que descansa en nuestra dermis. Quizás, aunque estés a tres mil kilómetros lejos, te acuerdes de mí, y de aquéllas madrugadas en las que me llamabas ebrio, diciéndome que me deseas violentamente. Pero es noche, y mi cerebro me pide sueño, y me fuerzo demasiado para recordarte. Prométeme sólo que me volverás a matar de placer cuando me veas, y que no me resucitarás después.