23 marzo 2010

Nadie entiende a un TLP. Detesto inhalar mi vida, la cual escupo, regurgito, y vuelvo a escupir, pero algo más espesa, llena de trozos de metal pesado. Cuando me miro al espejo, soy yo quien se ve, y nadie más hay intercambiando relámpagos de ira incandescente con mis pupilas. Detrás de esos átomos no hay nadie: ni siquiera mi nadie. Yo soy mi todo, y sólo yo soy, y sóla estoy, siendo la nada. El mundo no existe, no hay nadie alrededor. Nadie puede quererme, todos están ahí, asesinándome despacio, clavándome su desprecio en la mente, rompiéndome el corazón cada cinco segundos, con una sincronización que no sorprende ya, pero que sin embargo, me desgarra la pleura con la brutalidad de un invierno gris. Si alguien me entendiera, quizás no estaría muerta. Si yo me comprendería, tal vez habría muerto, y me habría librado de este tormento. Soy yo, la que está sóla, carne indefensa y ridícula. Yo, nadie, quien en el pétalo azulado de la triste cadencia de la humanidad, sigue intentando escapar de la terrible sangre que corre por sus propias venas.