17 julio 2009

El corazón, qué inútil bomba de dolores. A veces desearía no ser de esta manera, todo comienza aquí, la angustia está en mi mente, y luego, lo demás no es nada: simples bifurcaciones insulsas que carecen de cualquier sentido, que no consiguen llenarme, por mucho que lo intente. Nada llena, nada es en su esencia cuando me toca, todo se convierte en una horrible imagen de calcomanías deformadas donde las cosas de afuera se desdoblan en mi interior de manera monstruosa. ¿Y por qué tengo yo que asistir a semejante espectáculo? Es atroz la impotencia, no quiero formar parte de mi devenir. Pero sí que hay algo terriblemente bello, este dolor no es como lo demás, este dolor es tan perfecto, porque consigue llenarme todo el ser. Todo dolor es vital para que mi órbita existencial pueda seguir girando con algo en sus adentros, y no despojada de cualquier sentir, con esa insipidez tan propia de los humanos. Soy algo inmortal cuando afirmo esto, pero llevo un rato muerta y no me importa experimentar ese otro placer macabro de alargar el fin hacia el infinito. Los días son absurdos, es este tiempo como una noria con clavos en su superficie que con cada giro va arrancando un jirón más de mi sustancia, y sé que llegará el día en que sólo quede un cilindro con la médula impregnada de vacíos como único testigo de mi vida. ¿Y qué pasará entonces? La noria se detendrá, sus ruedas acabarán por roer ese hueso, y luego todo desaparecerá, como si nunca nada hubiera existido. Entonces, si todo será como si nunca hubiera sido, ¿para qué ha de ser antes, cuando puede no ser desde un principio? ¿Por qué he de ser no siendo nada cuando podría no ser nada siéndolo todo?