21 junio 2009

Tendréis vuestro abrevadero en mis pulmones,
caballos blancos que nadáis a la deriva de mis años,

anclad vuestras riendas en mis pasos

y marchad deprisa, sin nunca volver atrás.


No galopéis sobre mi rostro
como si fuerais lágrimas cultivadas en el desierto,

dejaros arrastrar por este viento

que sopla desde el norte de mis piélagos craneales.


Trotad sobre mis lunas corporales,

rozad con vuestras crines mi carne y mis huesos,
como si en vuestra piel tuvierais las caricias

que me llevaran al centro de vuestro universo.


Armaros con el sol ceñido a las espuelas

y cabalgad sobre los campos alzados en mi cintura,

moled con violencia todas mis tardes soñolientas

y abandonadme al borde de vuestra inmensidad.