25 abril 2009

Hace un rato que se hizo de noche, y tengo la impresión de que ya es de mañana. El tiempo transcurre de manera más fría, pero algo menos violenta. Aún así, sentir esa palpación en la mano, agrandándose como una tormenta sobre la piel, sigue siendo mi rutina diaria, el sustento de mis pasos, ese impulso inexplicable que me hace seguir adelante, como si quisiera anticiparme a los hechos mismos, anticiparme a mi propio yo en el porvenir. En la televisión hay fútbol, y una voz estridente parece alargarse como una sombra entre las rendijas plásticas de los altavoces, y se desenrrolla en mis oídos como una chirriante persiana; poco a poco se va evaporando el sábado y ya se ve el domingo acechando como una bestia, rebuscando con su hocico letal el botón que ponga en marcha todo lo que le está reservado de antemano. Por lo demás, ¿qué es el mundo más que eso? Un partido televisado, un ruido ajeno que se filtra por la ventana, un olor a invierno jugando a ser primavera, o acaso todo lo contrario, una náusea macabra encarnada en todo las cosas. Es esta existencia todo ese enjambre de fruslerías que se rinden ante los paisajes de allá afuera, y se funden sobre la carne del mundo, formando parte de él. No puedo decir que me venga a ratos. Está ahí, en mí, crece esa maldita enfermedad cada día más, ahora es un abismo que ya está a su fin, pero en el instante siguiente puede ser un universo menudo al que aún le queda tanto para desplegar sus alas. ¿Cómo explicarlo? No soy capaz, es este un intento en vano de decir esto, qué inutilidad, pero me siento mejor, o creo hacerlo. Sé que esto no es una predeterminación más del destino. ¿Qué destino? ¿Quién lo hizo? El mundo que lo va nutriendo con sus culpas, que lo va alimentando con sus esperanzas, que se van fustigando con sus ficciones, como si se salvaran de todo lo que les ocurre al echar la culpa a esa cosa llamada destino. No. Yo no hablaré de eso. Me cuesta mucho este momento. Y sé que me costará tanto el siguiente momento, y el otro, y el otro, y así sucesivamente. Con el paso del tiempo se convierte eso en un infierno, y en mí se está desplegando a diario una muerte latente, está aquí, dentro de mí, aunque tan bien enmascarada. Yo no sé cuándo comenzó esto, y no sé por qué tuvo que comenzar, pero no me importa, ya no me importa, porque ese comienzo ya está fuera de mi órbita, pero ¿y ese fin? Ni siquiera puedo concebirlo, es que es una cosa idiota, no, no y no. Pero, ¿y este presente? ¿Y este ahora? ¿Por qué ha de ser así? Comenzó siendo un día diferente, un pensamiento me voló de las entrañas de mi ser y se apagó en otra soledad ajena a la mía, y me dejó más sóla en mi soledad, y sólo fue eso, esa insignificancia; pero ahora acabó formando parte de mí de nuevo, y con sus fauces me está destruyendo despacio. Y cuando parece que se va, deja atrás sus rastros, maldita sea, y entonces desearía retroceder algunos relojes y no haberme rendido ante ese impulso mórbido de dejarme caer bajo mi propio peso, aplastarme a mí misma, retorcerme en ese regocijo enfermizo, en el barro de mi propio odio de mí. ¿Para qué contar todo esto? El mundo se está deshilvanando del todo, y nada puede haber en esa próxima palpitación, acaso una enferma duda que nunca acaba por escamparse. Ojalá pase este día. Ojalá llegue el domingo, y luego el lunes, y el martes, y que los calendarios enteros vayan caducando a ritmos vertiginosos, y pueda embalarme en todos esos rumbos que parecen divisarse a lo lejos, como cohetes en el cielo. Pero ni yo pienso por qué quiero que ocurra, tal vez porque vea ahora como ese infierno que acabará por extinguirse en ese rumbo que se divisa tan, tan lejos. O quién sabe, tal vez sea una ilusión más.

Yo pienso que esta decepción llamada mundo ya no es más que una costumbre en un cajón de mi memoria. Una costumbre que junto a las otras costumbres, resquicios que nunca mueren de mis dolores, van construyendo, teja por teja, un artilugio atroz en mí, un rostro que en sus arrugas anega mis adentros, y por fuera me va marchitando. El reloj ya marca las once y cuarto de la noche, me pesa el sueño, y en mis ramificaciones neuronales creo que se están llevando a cabo unas guerras a punto de acabar, apaciguando su compás por culpa del cansancio. Me parece que esta noche todos podríamos vivir tan diferente, si nos miráramos adentro, adentro de nosotros mismos, más adentro aún de lo que creímos mirarnos jamás, sondear esa profundidad que es nuestra vida, aquí, sostenida en nuestro cuerpo. ¿Pero quién mira eso? El mundo entero está cegado, la masa abigarrada esta noche cerrará sus ojos como si nada hubiera acontecido, y nunca sabrán que cada instante es una extraordinaria superación, una aventura desenfrenada, un privilegio inigualable, una fracción de eternidad. Pero todo es de plástico, y esta noche, mirando por la ventana, no veo más que una ciudad fantasma, un caparazón de rutina envolviéndolo todo, una capa viscosa que me hastía hasta la saciedad. No lo puedo sufrir, este mundo es demasiado miserable.

Y yo, y yo, ¿por qué hube de crecer tanto? ¿Por qué no quedé allá, congelada en los resortes de la infancia, perdida entre las trenzas de los veranos aquéllos en los que todo brillaba en mí, por qué ya no puedo volver a ser una niña, jugar a la rayuela, saborear la dulzura de todo cuanto me rodea? Crezco como una marea absurda, crezco día a día, nunca paro de crecer, nunca paro de morirme, de convertir todo mi pasado en ceniza, y arrojarlo todo al olvido. ¿Alguna vez podré invertirme? No consigo verme, los espejos se fueron quebrando desde hace un tiempo, y yo no me había dado cuenta. Ahora es tarde, pero quizás aún no sea demasiado tarde. O quien sabe, cualquier instante me puede sorprender con su falso aspecto.

¿Y si ella no estuviera aquí en mí, adherida a mis huesos, anclada a mis lágrimas, enquistada a mis días, mis noches, mis pasos, mi ser? Y si, y si, y si. Me paso la vida haciendo suposiciones, tal vez por eso ya no tengo tiempo de vivir lo de aquí, lo que nunca pude suponer, pero que sin embargo, está aquí, temblando como la misma realidad. Está, oh, qué terrible que es todo esto, ¡está aquí! ¡Están aquí, en mí! Todas esas cosas, cosas, no quiero darles más vida de la que ya tienen, las dejo ahí, resumidas a una mera palabra, cosas. Y sin embargo, ahora ya no veo nada, solo una confusa niebla, un opaco vaho que me va rodeando la cintura y va subiendo por el pecho hasta tocar los labios y el corazón. Y a veces pienso...¡oh, qué maravillas empiezan a brotar de mi imaginación! Otra vida tan diferente a esta, otros días, otras noches, todo, todo diferente, envuelto en ese aire estival que siempre soñé, en esa fantasía tan apacible, en esa brisa exhalada de un cielo lleno de fragmentos de mí...Pienso en un día lejano, esperando a que el atardecer deje posar sobre mis hombros sus respiros, henchida mi alma entera de alegría, pienso de repente, en ese día lejano, y ese día se va alejando más y más conforme me voy adentrando en él, y voy percibiendo, paralelamente, la realidad. Pienso, ay, en un jardín lleno de árboles con hojas que camuflan bajo su verdor el engranaje de la felicidad, una felicidad urdida especialmente para mí, pienso en una bocanada de amor ajeno, sí, amor, un amor que se escribió un día en un libro, y abandonó todas las páginas por mí, y lo dejó todo por mí, y se fue fusionando con el amor tan grande que siempre estuve dispuesta a profesar, pero que nunca fue más que un fracaso, un pájaro sin ningún destinatario que abra sus hélices. Pienso en todas esas tardes que podía haber pasado pintando a escondidas el rubor de mis mejillas para fingir el descaro de amar tanto la vida, pienso, y poco a poco me pierdo en divagaciones que acaban por sofocarse por sí solas cuando se topan con esta verdad de aquí, este muro infranqueable que es esta realidad. Son sólo sueños, proyectos que nunca fueron y quedaron inundados, frustraciones machacadas entre los dientes del mundo, de todas las posibilidades, nada, nada, nada, ¡nada hay más que este terrible sufrimiento que me carcome por dentro, viva! ¡No hay nada, todo es pura desilusión, deseos esfumados en la nada! Me está matando, no, no, me está haciendo vivir, y ahora de repente se vuelve en mi contra, parezco vibrar por dentro como si fuera viento, como si fuera un huracán de sensaciones que ya no laten. Tanto deseaba vivir, y tantas veces quise orientarme lejos de aquí, pero nunca, nunca lo pude lograr.

Se van cerrando las compuertas que antaño me atraían con sus tentaciones; ahora se han agostado, y ya no tengo ríos en mis venas, y sólo palpito por fuera, y esto de aquí de adentro no para nunca, nunca de estirarse como una banda inescrutable de decepción, de autodestrucción, un dolor enfermo, una enfermedad que sólo duele dentro de mí, en secreto, fuera de las apariencias. Padecimiento atroz que se volatiliza entre mis manos, como pequeñas flores que luego me suturan la piel. Y en las palmas de mis manos crecen arbustos que dejarán para mañana un resguardo de mis propias lluvias, a donde pueda naufragar cuando me pierda de mí. El sueño ahora es como una sombra que ya me ha llenado entera, y siento que cerrar los párpados me llevará a volar despacio, hasta mezclarme del todo en la noche, y no distinguirme más.

Quisiera escribir un verso y morir ahí, en forma de metáfora.