alguien malintencionado echó lejía en el cielo. ahora no sé por cuánto más tiempo tendré que convivir con este horizonte tan descolorido. la felicidad es una pastilla transparente, una tortuga fluorescente que se desliza por mi lengua como si esta fuera un tobogán, una migaja de imaginación con la que alimentar la rutina, es un extracto de ficción con el que empapelar este instante.
en realidad no es ni ficción, es una ausencia de dolor.
brotes de amargura intacta se salen de las aceras. hay mil semáforos parados en este ministerio de olvido: me cierran bruscamente el acceso a otras calles que cicunvalan mi memoria. habré de calcar cada esquina cada centímetro milímetro nanómetro picómetro femtómetro attómetro cada diez elevado a menos infinito de este recorrido. me estoy hallando entre los repliegues de mi razón; aunque no sé qué encontrar ahí, mi geografía es tan abstracta que sólo veo alrededor obituarios, jirones de mí, un mar que llena con arena los poros de mis pensamientos y de repente ya no me pienso, sino que pienso ese mar que esconde en su vientre una pesadilla sin fin.
está lloviendo. estoy lloviendo. estamos lloviendo.
el viento se desliza lentamente llevándose despacio este demencial invierno. llevándome despacio.