he guardado mis latidos en una bolsa de congelar con cierre hermético para que puedan llorar en paz. así acompañan un rato a esta lluvia esquelética que no hace más que impulsar a las gotas a que se suiciden en vano, y todo para qué, si ni siquiera llueve del todo. todos dicen que el cielo llora cuando llueve. mentira. se le caen los mocos. o se hace pis. malditas nubes, no veo la luna. tengo ganas de insultar a las estrellas un rato por esconderse tanto en invierno y por dejarme sola tanto tiempo. no aseguro que esté viva sino porque me aplastan los ruidos incluso cuando muero de silencio. volverse invisible ante una mirada irrita tanto como cuando se pasa uno una lima de hierro sobre los dientes o cuando clavan las uñas en una pizarra. pero al igual que los dentistas es una irritación algo sedante, algo no sé. que me perforen el corazón con una taladradora o que lo cuelguen con unas pinzas de unas cuerdas en la fachada de una atracción de ferias para que los niños lo disparen a cambio de patos de plástico si aciertan en el centro, que alguien me diga por qué me duele esto y todo para qué. el dolor me lleva a otro dolor, y ese a su vez a otro dolor, y así sucesivamente, yo misma soy un segmento de dolor, algo así como una cadena de ADN que a medida que pasa el tiempo va engordando con dolor hasta que llegará el día que sea como una vaca llena de dolor y me colgarán las ubres a diez centímetros del suelo, ubres llenas de dolor. qué mal me cae enamorarme, encabeza mi lista de cosas que odio, uea. maldita sea todo. o sea imbécil ese que inventó el sufrimiento. tengo ganas de escribirte a cada instante pero siento que es tan en vano todo esto. haces tanto que me olvide de mí que llego a detestarte de tanto quererte. me apetece decirte que te quiero y pedirte hasta que nos vayamos a triturar el futuro para que sólo podamos inventarlo nosotros, no que nos invente él. pero no, esto es un síntoma de enamoramiento no correspondido abocado a un indefenido tiempo de tortura emocional.