08 octubre 2010

Un mosquito se posa sobre mi pecho izquierdo. Lo aplasto y sobre mi piel su sangre carmesí dibuja el mapa de una ilógica macabra. No siento nada. Intento ser humana. Lo intento en vano y resulta que pierdo el asalto. Pero al menos, lo intento. En realidad, dentro de mi interior hay sólo una masa homogénea, sin fundamento: cosmos. Espacio amorfo que se extiende hasta rozarme la piel, y entonces es cuando siento que, en cualquier momento, mi contenido saldrá hacia fuera, y un inmenso vómito cubrirá el asfalto. Pienso en que tengo que pensar algo, pienso en esto mismo, en la necesidad continua de un algo dentro de mis pensamientos. No puedo flotar en la nada, porque me dejaría arrastrar fácilmente, y entonces, sería mi perdición. No tengo ganas de nada, no tengo ganas de no tener ganas de nada. Voy a fumar un cigarro, y que mi vida sea un cuento más. Ojalá el humo me lleve consigo a no sé dónde. Donde sea. Mejor si es en los pulmones de cualquier piedra, así podría convertirme en estigma. Que haya una extrapolación de todo esto, porque me cuesta demasiado sostenerme. Hoy es el fin del mundo y el comienzo de otro, y mañana será el fin de este otro y el comienzo de otro que a la vez morirá pariendo otro mañana perecedero. No. No quiero caer en ese vértigo verbal. Estoy apática. Lo peor es que no yo sé por qué realmente. Carezco de motivo para ser feliz y para ser triste. Qué lento es este día. Soplaré fuerte para ver si lo desplazo un poquito más...Nada. Fracaso tras fracaso. No puedo inventar una rueda del tiempo que gire y gire y gire y arranque el tiempo de mis poros. Está demasiado bien atado con toda clase de tuercas, pinzas, tornillos. Me escocería demasiado. Habría tantas heridas que podrían florecer huracanes, y lloverían cada noche, sin parar, arrepentimientos y autocompasión. No estoy en nada. Sigo vagando.