29 octubre 2009

Yo quiero ser, le dije al muy inútil que sé que en su profundo narcisismo ni siquiera me escuchó. No es que no me comprendiera, es que sencillamente no fue capaz de abrir sus oídos para dejar paso a mis palabras, que para él no eran más que trozos de tela raída que formaban un patético mosaico de vulgaridades. Él sólo era él y su ego, sólo se amaba a sí mismo, y siempre estaba en busca de nuevos seres que le satisfagan, era para él el mundo una máquina de crear placeres, y él, él, él, Dios, la divinidad, lo más de lo más. Yo sin embargo ansiaba retorcerle el pescuezo en cada infierno de Dante, fragmentarlo lenta y dolorosamente y esparcir sus vísceras de pecador en cada rincón del averno, que estaba convencida de que se había hecho en especial para él. Se me vinieron de golpe todas estas ideas, así que cogí el jarrón que había en la mesa y se lo reventé en la cabeza, sin tener ninguna lástima hacia él, todo lo contrario, el sonido de órgano de iglesia que produjo ese golpe me sedujo de tal manera, que me creí ver envuelta en sudarios flotando hacia las puertas del Edén mientras el resplandor de mis terribles actos me guiaban y acariciaban mi sombra llena de sangre. Es su cabeza, me decía, mientras su cuerpo se desvanecía bruscamente, y al chocar el cráneo contra el suelo de baldosas sucias de tanto llorar en vano, me estremecí con un amargo comprender, y en aquél momento, me di cuenta de que ni aquéllo podría devolverme a la selva de la que me habían arrancado los hombres, dejándome en el hocico restos de leche materna, hasta que me encadenaron a su mundo y me maltrataron para civilizarme, decían ellos, para llenarme de su esencia. Ya se había agotado, nada más podía pasar, ya lo habían conseguido, ya era un ser humano, ya no podía verme como más. Luego cerré los ojos y al abrirlos, volví a verlo en el mismo sitio de siempre, apilado bajo la cama entre las cajas de cartón llenas de discos rayados y pequeñas biblias azul oscuro. El mundo seguía siendo. Pero esta vez, yo, que le había dicho que quiero ser, había cambiado de parecer. Yo ya no era, y por lo tanto, todo lo que hube hecho mientras aún rumiaba la humanidad, se borró, y se convirtió en ceniza.