20 junio 2008

Tengo náuseas. Otra vez me inunda esa maldita gana de acabar con mi existencia, pero no con mi yo. Tengo la absurda convicción de sentirme libre sin esa piel áspera que cubre estos huesos, dañándolos sin escrúpulo alguno, esa piel que huele tanto a libertad pero sin tener ni una pizca de su esencia, pues es sólo una barrera entre esta y mi verdadera condición, una perpetua esclavitud. Necesito salir a la calle. Agr, maldito sol, ojalá tuviese unas tijeras para poder cortar esos rayos puntiagudos que tienes y que tanto dañan mis córneas, a veces parece que desciendes del mismo averno y hoy, en especial, siento que escupes con más rabia que nunca ese irritante ardor. Junio se suicida poco a poco y no va quedando más que el reflejo de aquéllo que creí que era el diluvio definitivo de todas mis pesadillas, pero sé que me equivocaba, pues en realidad no era más que el principio del fin, de mi fin. Siento un hormigueo entre mis costillas, desearía simplemente dejar de existir, no quiero seguir siendo este trozo de carne palpitante, vacío, que tanto añora convertirse en un desgarramiento del olvido. Estoy intentando arrancar de mí para siempre esta maldita consciencia, que es como un ventrudo demonio que va desgastando poco a poco mi voluntad, y sé que si alguna vez lo conseguiré, seré un poco más despreciable de lo que ya soy, pero ¿acaso me importará? No, al menos así intentaré sentir sin preocuarme por esa punzante llama que abrasa mi ser, que es la conciencia, vanidad intolerable, verduga de mis ilusiones, despreciable engendro hiriente. Soy un ser vil, egoísta, totalmente ruin, pero he aprendido a convivir con la tan feroz naturaleza de mi ser. No quiero engañarme más, creo que la hipocresía es verdaderamente el peor veneno que se puede llevar en la sangre y yo no quiero morir intoxicada con mi propio tósigo. No, no, definitivamente he sacado de mí la hipocresía, aunque fue tarea algo difícil, pues vivo rodeada de tanta hipocresía que sólo consigue acrecentar mi sentimiento de misantropía. Un aire con olor a vainilla se apodera de mi olfato, miro extraviada un coche rojizo, un coche como un ladrillo, muerto, antiguo, oxidado. Las ruedas aún se mantiene erguidas, sujetando con desprecio el cuerpo inerte del vehículo. Me provoca un mareo saber que está ahí, que existe. No puedo dejar de preocuparme por ello, pues en los próximos minutos me olvidaré de todo, y así siempre, caeré en la hélice de mi propio olvido. Y sin embargo, sigo mirándo ese coche; aquélla masa tiñe el paisaje de rojo, sigue llenando el aire con metálicas pinceladas nauseabundas, cubriendo el olor a vainilla que tanto me agradaba. Siento que estoy condenada a existir con la frustración indeleble de no poder cambiar esta existencia, y todo aquí fuera sigue igual, sólo veo personas amontonadas en un enjambre plástico de rutina y monotonía, patéticos seres que ni siquiera saben que ahora mismo estamos aquí, viviendo, viviéndonos, arrojados a un mundo ridículo y demasiado cruel, que jamás nos permitirá encontrar el sentido a nuestras vidas. Ya no puedo volver ser como antes, sé que jamás podré volver a ser lo que fui hace sólo una fracción de segundo y nuevamente estoy siendo presa de una nueva metamorfosis, siendo otro yo, pero siempre existiendo repugnantemente. Sumerjo mis pies en un desconcertante futuro, próximo, cercano, vacío, abominable. Encuentro agradable el asco que siento hacia la vida, hacia los demás, hacia mí misma, lo reconozco, y no pienso fingir más mi vida ni esconder mi dolor, me duele, me duele la vida más que nunca y nunca jamás me dañaron tanto como ahora . Me detengo delante de una tienda de helados. Me atrapa la aventura, y vuelve a aparecer el olor a vainilla. ¿Qué aventura? ¿Acaso esto tiene alguna emoción? Mi vida entera se está volviendo una aventura, aquí, ahora, en este mismo instante, cuando el tiempo parece quebrar más que nunca las hebras de mi piel, está ebulliendo dentro de mí esta existencia, me está carcomiendo la vida, no puedo más. Siento cómo hierve en mi bilis el desprecio hacia todo cuanto me rodea, quiero ser libre, sin más, pero esta puta libertad es una utopía más en un mundo lleno de quimeras. Cruje dentro de mí un espasmo espontáneo, se acabó, ya no soy, nunca fui y nunca seré nada. Pero me sobreviviré en mi propia agonía, en mi soledad, aunque intentaré, de todo corazón, que la indiferencia se apodere de mí para siempre. Lo siento, ya he muerto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

valgame Dios, que texto tan fuerte, por que tanto dolor, por que tanto desprecio, y no pregunto por curiosa si no por la misma complicidad de los sentimientos, quieres seguir asi, es real?

briones dijo...

hay cosas que no se ven hasta que sales a una panoramica amplia, cuando caminamos por las aceras de la ciudad formamos uno mas de las hormigas, no hay diferencia notoria, hasta que observas y ves los detlles, esos que te hacen enamorarte de ciertas cosas y personas, mismos que te hacen disitinto...

la indiferencia es un trago amargo, creo que prefiriria mantenerme al margen, aunque suene lo mismo ja!, pero en cualquier momento tal vez me meta jojo


simplemente, vamonos de fiesta!
besos pachangueros^^

Anónimo dijo...

Sil ¿que te paso?, mmm... yo creo que solo fue un dia de melancolia, en esosen que todo se ve gris. A veces me pasa.
Que me desespera ver como desperdicio mi vida.
Y la anhelada libertad no llega del todo.Eso me hace sentir frustrada a veces.
Pero esto solo me pasa a veces, me imagino que por eso este post y no por que en realidad quieras acabar con tu vida y solo plasmaste los sentimientos que tenias en ese momento. Te mando un abrazo y a pesar de todo la vida es bella Sil!
Por cierto me encanta el olor a vainilla jaja y muchas gracias por tus lindas palabras hayer que fue mi cumple.
Besos!!!